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Rafael Pardo en su libro "La historia de las guerras" señala de manera oportuna que Colombia lleva más de 50 años en conflicto y 22 años trabajando en procesos de paz. Este dato muchas veces es apreciado de forma lineal y obvia el hecho de que el proceso que se inició en 1982 ha tenido diferencias sustanciales de enfoque y de manejo con respecto al actual, que ha tomado en cuenta por primera vez las lecciones aprendidas de los, por lo menos 4, intentos anteriores de llegar a una paz negociada con las FARC–
Autores como William Zartman o Christopher Mitchell hacen referencia a los factores que pueden llevar a la madurez de un conflicto, es decir a las situaciones que provocan la creciente necesidad de las partes de sentarse a negociar para superar sus diferencias:
1. Cuando son conflictos extremadamente complejos y prolongados en el tiempo, y ninguna de las partes logra una victoria definitiva. Aumentando los costos de mantener la confrontación, sin lograr una escalada decisiva o una salida airosa.
2. Cuando los esfuerzos por “administrar” el conflicto no son suficientes y por ende se vislumbra la amenaza de un desastre o de graves lesiones para las partes.
3. Cuando ninguno de los contradictores está en disposición o capacidad de soportar los costos crecientes de una escalada del conflicto. Es un estancamiento casi involuntario que obliga a las partes a negociar.
4. Cuando las partes están dispuestas a romper el costoso estancamiento, acogiendo un objetivo secundario que preserve la dignidad e implicándose en alguna comunicación o contacto.
De acuerdo a los autores, cuando una de estas situaciones llega, cambia la mentalidad de las partes que renuncian la búsqueda de la victoria absoluta y optan por el camino de la reconciliación tratando de perder lo menos posible. Esto de ninguna manera asegura igual el éxito de los diálogos.
En el caso colombiano se dio una combinación de numerosos factores. En primer lugar ambas partes aceptaron la imposibilidad de lograr una victoria militar contundente que terminara la confrontación, y por tanto continuar el conflicto no solo sería costoso, sino que prolongaría la lucha por años haciéndola cada vez más insostenible.
En segundo lugar, se hizo evidente que en la medida en que se continuara luchando, el recrudecimiento del conflicto sería inminente, afectando cada vez más a la población civil, dejando más vulnerable a la sociedad, generando cada vez menos crecimiento y más violaciones de derechos humanos, más víctimas, etc.
Así como el presidente Santos comprendió que la guerra no se ganaba con el enfrentamiento armado, las FARC-EP entendieron que nunca conseguirían poder político por medio de las armas (Ver “Por qué Santos sí pudo?”).
Se suman a estos factores el legado político existente con las negociaciones anteriores, y sin duda alguna, la influencia del contexto internacional. Países que tradicionalmente han sido reconocidos por su apoyo ideológico a las FARC-EP y a su lucha instaban por la salida negociada al conflicto armado, que se convertía en un factor de desestabilización regional. La lucha armada como reivindicación de derechos perdió su legitimidad en la opinión de todos los líderes globales.
Finalmente, no se puede desconocer el efecto que tuvo el gobierno Uribe en la confrontación con las FARC-EP. Por primera vez, había una percepción de superioridad de fuerzas del Ejército Nacional sobre la insurgencia. La profesionalización de las Fuerzas Militares logró balancear las fuerzas y aumentar la capacidad de respuesta del Estado frente al accionar de la guerrilla. Esa para muchos es la principal razón de que llegarán a la mesa de negociación.
Sin embargo, no se puede decir, como por ejemplo afirma Miguel Ángel Martínez en un documento para el Friedrich Ebert Stiftung, que las FARC-EP llegaron derrotadas al a mesa de negociación. Es cierto que el gobierno de Uribe ganó la recuperación de territorio, deslegitimó a las guerrillas frente a la sociedad civil y logró importantes golpes a los altos mandos de la guerrilla, que generaron una restructuración de la estrategia de la lucha armada y una vuelta a la lucha de guerrillas en vez de centrarse en la expansión y toma de control (ver “Seis tesis sobre la evolución reciente del conflicto armado en Colombia” de la Fundación Ideas para la Paz), pero lejos estábamos aún el país de la victoria absoluta por parte de las Fuerzas Armadas y de la desarticulación de las FARC-EP.
Es importante tener en cuenta, como se resalta continuamente por parte del Gobierno y de las mismas FARC-EP, que ésta organización no era la única alzada en armas, y por tanto la negociación con ellos no terminará con la violencia en el país: hay presencia todavía de la guerrilla del ELN, de estructuras paramilitares o, las llamadas BACRIM, el narcotráfico continua, y las desigualdades persisten. Es un caldo de cultivo para el surgimiento de nuevos conflictos.
Espero que te sirva =)
Autores como William Zartman o Christopher Mitchell hacen referencia a los factores que pueden llevar a la madurez de un conflicto, es decir a las situaciones que provocan la creciente necesidad de las partes de sentarse a negociar para superar sus diferencias:
1. Cuando son conflictos extremadamente complejos y prolongados en el tiempo, y ninguna de las partes logra una victoria definitiva. Aumentando los costos de mantener la confrontación, sin lograr una escalada decisiva o una salida airosa.
2. Cuando los esfuerzos por “administrar” el conflicto no son suficientes y por ende se vislumbra la amenaza de un desastre o de graves lesiones para las partes.
3. Cuando ninguno de los contradictores está en disposición o capacidad de soportar los costos crecientes de una escalada del conflicto. Es un estancamiento casi involuntario que obliga a las partes a negociar.
4. Cuando las partes están dispuestas a romper el costoso estancamiento, acogiendo un objetivo secundario que preserve la dignidad e implicándose en alguna comunicación o contacto.
De acuerdo a los autores, cuando una de estas situaciones llega, cambia la mentalidad de las partes que renuncian la búsqueda de la victoria absoluta y optan por el camino de la reconciliación tratando de perder lo menos posible. Esto de ninguna manera asegura igual el éxito de los diálogos.
En el caso colombiano se dio una combinación de numerosos factores. En primer lugar ambas partes aceptaron la imposibilidad de lograr una victoria militar contundente que terminara la confrontación, y por tanto continuar el conflicto no solo sería costoso, sino que prolongaría la lucha por años haciéndola cada vez más insostenible.
En segundo lugar, se hizo evidente que en la medida en que se continuara luchando, el recrudecimiento del conflicto sería inminente, afectando cada vez más a la población civil, dejando más vulnerable a la sociedad, generando cada vez menos crecimiento y más violaciones de derechos humanos, más víctimas, etc.
Así como el presidente Santos comprendió que la guerra no se ganaba con el enfrentamiento armado, las FARC-EP entendieron que nunca conseguirían poder político por medio de las armas (Ver “Por qué Santos sí pudo?”).
Se suman a estos factores el legado político existente con las negociaciones anteriores, y sin duda alguna, la influencia del contexto internacional. Países que tradicionalmente han sido reconocidos por su apoyo ideológico a las FARC-EP y a su lucha instaban por la salida negociada al conflicto armado, que se convertía en un factor de desestabilización regional. La lucha armada como reivindicación de derechos perdió su legitimidad en la opinión de todos los líderes globales.
Finalmente, no se puede desconocer el efecto que tuvo el gobierno Uribe en la confrontación con las FARC-EP. Por primera vez, había una percepción de superioridad de fuerzas del Ejército Nacional sobre la insurgencia. La profesionalización de las Fuerzas Militares logró balancear las fuerzas y aumentar la capacidad de respuesta del Estado frente al accionar de la guerrilla. Esa para muchos es la principal razón de que llegarán a la mesa de negociación.
Sin embargo, no se puede decir, como por ejemplo afirma Miguel Ángel Martínez en un documento para el Friedrich Ebert Stiftung, que las FARC-EP llegaron derrotadas al a mesa de negociación. Es cierto que el gobierno de Uribe ganó la recuperación de territorio, deslegitimó a las guerrillas frente a la sociedad civil y logró importantes golpes a los altos mandos de la guerrilla, que generaron una restructuración de la estrategia de la lucha armada y una vuelta a la lucha de guerrillas en vez de centrarse en la expansión y toma de control (ver “Seis tesis sobre la evolución reciente del conflicto armado en Colombia” de la Fundación Ideas para la Paz), pero lejos estábamos aún el país de la victoria absoluta por parte de las Fuerzas Armadas y de la desarticulación de las FARC-EP.
Es importante tener en cuenta, como se resalta continuamente por parte del Gobierno y de las mismas FARC-EP, que ésta organización no era la única alzada en armas, y por tanto la negociación con ellos no terminará con la violencia en el país: hay presencia todavía de la guerrilla del ELN, de estructuras paramilitares o, las llamadas BACRIM, el narcotráfico continua, y las desigualdades persisten. Es un caldo de cultivo para el surgimiento de nuevos conflictos.
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