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Durante la dictadura, las feministas de izquierda se vuelven a unir para hacer frente a la violación de derechos humanos y a las políticas neoliberales. Desde este nuevo centro, comienzan a producir conocimiento y a sentar las bases del nuevo movimiento feminista que perdura hasta el hoy.
Durante la década de los ochenta, en Chile se desarrolló la llamada segunda ola del movimiento feminista. La primera aconteció en los años cuarenta, cuando diversas organizaciones de mujeres se unieron para obtener el sufragio femenino. Una vez alcanzado el objetivo en 1949 y puesto en práctica por primera vez en la elección presidencial de 1952, el movimiento se desintegró. Por una parte, dejó de existir el factor que aglutinaba a instituciones femeninas disímiles. Por otra, aquellas organizaciones que convocaban a mujeres de izquierda, se malograron con la persecución al Partido Comunista por el gobierno de Gabriel González Videla. Así fue como el MEMCH, una de las organizaciones más potentes, se disolvió tras la pérdida de un alto componente de sus socias, que debieron pasar a la clandestinidad.
Luego de tres décadas en retirada, el movimiento feminista retornó a fines de los años setenta, gatillado por el contexto político dictatorial que imperaba desde 1973. La recuperación de la democracia fue el propósito de la acción mancomunada de organizaciones femeninas. Nuevamente, el fenómeno respondía a una demanda política y a la iniciativa de mujeres de izquierda.
Los inicios del movimiento datan del comienzo del régimen militar, con la formación de grupos dedicados a defender los derechos humanos o a palear la crisis de subsistencia que aguzaban las reformas neoliberales del gobierno. Hacia 1980 las colectividades se multiplicaron y diversificaron. A través de coordinadoras, como el MEMCH 83, se organizaron para articular la movilización femenina que se desplegaba en jornadas, actos masivos, elaboración de manifiestos y petitorios al gobierno y a la alianza opositora, así como en protestas, en las que se integraron como una fuerza autónoma dentro de la movilización social contra la dictadura.
El feminismo permeó las organizaciones, aunque muchas de ellas no contemplaran esta posición en su origen. El carácter feminista fue asentándose al incorporar en las discusiones la reflexión sobre la identidad femenina, el cuestionamiento a los roles de género tradicionales y la crítica a la condición desigual de las mujeres en la sociedad chilena. El proceso, que es reconocido como una toma de conciencia, fue estimulado por la influencia del movimiento internacional de mujeres y por organizaciones que analizaban la subordinación femenina desde las ciencias sociales y la perspectiva de género. La virtud de estas instituciones, entre las cuales destacó el Círculo de Estudios de la Mujer, fue reforzar la legitimidad del movimiento mediante la de conocimiento. Por ejemplo, hasta entonces no existían investigaciones que construyeran la historia de las mujeres en el país, que rescataran su contribución a la economía o las luchas emprendidas para alcanzar el derecho a votar. El trabajo intelectual y el activismo generaron que el Movimiento Feminista, como se denominó la movilización, asumiera una postura propia en la lucha por el regreso a la democracia. Ésta abordaba demandas específicas de las mujeres, dirigidas a acabar con las discriminaciones de género. Asimismo, denunciaba el autoritarismo en el mundo privado, realidad que se tradujo en la consigna "Democracia en el país y en la casa", un ícono del movimiento.
Durante la década de los ochenta, en Chile se desarrolló la llamada segunda ola del movimiento feminista. La primera aconteció en los años cuarenta, cuando diversas organizaciones de mujeres se unieron para obtener el sufragio femenino. Una vez alcanzado el objetivo en 1949 y puesto en práctica por primera vez en la elección presidencial de 1952, el movimiento se desintegró. Por una parte, dejó de existir el factor que aglutinaba a instituciones femeninas disímiles. Por otra, aquellas organizaciones que convocaban a mujeres de izquierda, se malograron con la persecución al Partido Comunista por el gobierno de Gabriel González Videla. Así fue como el MEMCH, una de las organizaciones más potentes, se disolvió tras la pérdida de un alto componente de sus socias, que debieron pasar a la clandestinidad.
Luego de tres décadas en retirada, el movimiento feminista retornó a fines de los años setenta, gatillado por el contexto político dictatorial que imperaba desde 1973. La recuperación de la democracia fue el propósito de la acción mancomunada de organizaciones femeninas. Nuevamente, el fenómeno respondía a una demanda política y a la iniciativa de mujeres de izquierda.
Los inicios del movimiento datan del comienzo del régimen militar, con la formación de grupos dedicados a defender los derechos humanos o a palear la crisis de subsistencia que aguzaban las reformas neoliberales del gobierno. Hacia 1980 las colectividades se multiplicaron y diversificaron. A través de coordinadoras, como el MEMCH 83, se organizaron para articular la movilización femenina que se desplegaba en jornadas, actos masivos, elaboración de manifiestos y petitorios al gobierno y a la alianza opositora, así como en protestas, en las que se integraron como una fuerza autónoma dentro de la movilización social contra la dictadura.
El feminismo permeó las organizaciones, aunque muchas de ellas no contemplaran esta posición en su origen. El carácter feminista fue asentándose al incorporar en las discusiones la reflexión sobre la identidad femenina, el cuestionamiento a los roles de género tradicionales y la crítica a la condición desigual de las mujeres en la sociedad chilena. El proceso, que es reconocido como una toma de conciencia, fue estimulado por la influencia del movimiento internacional de mujeres y por organizaciones que analizaban la subordinación femenina desde las ciencias sociales y la perspectiva de género. La virtud de estas instituciones, entre las cuales destacó el Círculo de Estudios de la Mujer, fue reforzar la legitimidad del movimiento mediante la de conocimiento. Por ejemplo, hasta entonces no existían investigaciones que construyeran la historia de las mujeres en el país, que rescataran su contribución a la economía o las luchas emprendidas para alcanzar el derecho a votar. El trabajo intelectual y el activismo generaron que el Movimiento Feminista, como se denominó la movilización, asumiera una postura propia en la lucha por el regreso a la democracia. Ésta abordaba demandas específicas de las mujeres, dirigidas a acabar con las discriminaciones de género. Asimismo, denunciaba el autoritarismo en el mundo privado, realidad que se tradujo en la consigna "Democracia en el país y en la casa", un ícono del movimiento.
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