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Respuesta: Estados Unidos vive una crisis definida no solo por problemas y dificultades de carácter económico, sino por un complejo de contradicciones que abarca lo político, lo social, lo ideológico, lo cultural, lo ecológico, lo estratégico, que se manifiestan en una escala internacional compleja a nivel global. Al decir de Robinson (2013), «no se trata de una crisis cíclica, sino estructural, una crisis de restructuración», que «tiene el potencial de convertirse en una crisis sistémica» (p. 10). En este sentido, la crisis forma parte esencial de la propia dinámica de restructuración constante de la modernidad capitalista que lleva consigo el imperialismo contemporáneo, cuya configuración geopolítica se ha hecho más amplia y profunda.
En ese proceso de restructuración y búsqueda de soluciones, la tradición política liberal se agota, en la medida que pierde funcionalidad para la reproducción del imperialismo norteamericano y se abren paso, de manera sostenida y creciente, tendencias ideológicas conservadoras y de derecha radical, con expresiones internas e internacionales que naturalizan las relaciones sociales de dominación y cancelan las alternativas ante el poderío imperialista. Asumiendo a Marx y Lenin y siguiendo a Gramsci y Foucault, se evidencia que la producción de concepciones del mundo, de imaginarios colectivos está en la base de la producción de las relaciones de poder que componen la hegemonía. Así, la producción ideológica se halla en el centro mismo de la dinámica hegemónica del imperialismo contemporáneo en Estados Unidos, entendido este como el carácter permanente del capitalismo en ese país (Amin, 2001). Y esa ideología se aparta a pasos agigantados, desde hace cuatro décadas, de los valores y mitos de la democracia liberal burguesa representativa que ha acompañado al modo de producción capitalista y a la cultura nacional en ese país. Ello se acrecienta en la nueva articulación del consenso que necesita la hegemonía imperialista hoy. Esto se debe a sus notables alcances geopolíticos, por presentar rasgos que la acercan al pensamiento fascista, profundizar las contradicciones con el sistema de valores y la simbología con que se asocia la fundación misma de la nación y representar a Estados Unidos como modelo democrático universal (Hernández, 2018).
Con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, la historia de Estados Unidos demuestra que las estructuras y contextos que han acompañado al desarrollo capitalista en ese país han condicionado una gran capacidad adaptativa del imperialismo contemporáneo, el cual ha sido capaz de realizar ajustes y reajustes que le han permitido absorber y superar los efectos recurrentes de sus propias crisis. Ese proceso incluye, entre las principales tendencias que definen al sistema internacional, la consolidación hegemónica de ese país, el afianzamiento del bipolarismo geopolítico entre los dos sistemas opuestos (capitalismo y socialismo) y el comienzo de la Guerra Fría. Así, el desarrollo del imperialismo norteamericano entra en una nueva etapa y este país adquiere un nuevo lugar y papel a finales de la década de 1940. Desde entonces, Estados Unidos se ha convertido, entre crisis y recomposiciones, en la potencia más poderosa del orbe y en el líder del capitalismo mundial. Sus proyecciones geopolíticas desempeñan un rol fundamental en la restructuración global de las relaciones internacionales, al redefinir sus alianzas con los países que considera amigos, sus rivalidades con los que define como enemigos y sus intromisiones en las regiones en que se disputan los nuevos espacios de influencia y control: los del llamado Tercer Mundo. Desde la segunda mitad del siglo xx, el afán por la hegemonía el eje principal de la geopolítica imperialista.
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