María chismosa (conviértanlo en un resumen de 15 líneas pliss)
En todas partes y en todas las épocas han existido y también hoy existen, lo mismo que en el pasado, viejas chismosas. Sobre todo en los pueblos nuestros, pequeños y de calles cortas y estrechas y de vida sedentaria y monótona, en donde todo el mundo se conoce y los pocos “forasteros” se reconocen al punto y se cuentan con los dedos de las manos. Que se habla un poco en alta voz, la chismosa de la casa del lado o la de enfrente para la oreja, aguza el oído y si es necesario camina con disimulo “hasta el canto del portal” para oír mejor lo que se conversa; que sale uno o entra otro, la chismosa atisba detrás de una celosía o de una hoja de puerta para ver quién es y qué hace. Saben siempre estas espías rústicas quién va por la calle, quién sale de noche y quién llega tarde; y algunas veces se dan una vuelta por el pueblo o visitan a otras chismosas para saber cuentos de los enamorados, de las peleas de marido y mujer, de las calaveradas de fulano y los coqueteos de zutana, etc. Una vez hubo en la Villa una mujer de éstas que averiguaba la vida de todo el mundo y espiaba de noche, protegida por la oscuridad, para saber las andanzas de la gente. A cualquier hora que se pasara, tarde de la noche, por su calle, era casi seguro que ahí, detrás de alguna puerta o escondida en alguna sombra, estaba ella atisbando. Su fama llegó a ser tan grande, que la llamaban María Chismosa. Una noche, como a las doce, estaba ella, como de costumbre, con una puerta “entrejusta”, esperando que algo se moviera o algo pasara por allí, cuando oyó un murmullo como de voces lejanas que luego le parecieron rezos. Miró por la rendija de la puerta y vió que por toda la calle abajo venía un gentío con luces encendidas. Un nietecito suyo comenzó a llorar en ese momento y para consolarlo fue a su cunita, lo cogió cargado y volvió a la puerta; la abrió un poquito más para ver mejor y ahora pudo apreciar que una gran procesión, como la del Viernes Santo, (sólo que más rápida), venía caminando también por los portales. Notó que todos venían alumbrando; no había una sola persona que no trajera su vela encendida. Ya llegaban frente a su puerta. Iban rezando el rosario. De pronto una de las “alumbrantas” le entregó una vela grande encendida, que ella tomó con la mano izquierda que le quedaba libre. La misteriosa procesión siguió adelante y cuando María Chismosa apagó la vela se dió cuenta de que era muy dura y que no era enteramente redonda y tenía protuberancias en los extremos. Trató de prender la vela y no pudo. Comprobó que no tenía mecha y empezó a temblar de miedo. Prendió luz y “¡Jesús, Ave María Purísima!”, exclamó. “es una canilla de muerto lo que me han dado”. Presa de terror llamó a la vecina y le mostró la tibia macabra; y enseguida se pusieron a rezar. “Esas fueron las ánimas” convinieron las dos. La vecina le aconsejó que fuera a ver al cura y así lo hizo muy temprano en la mañana. El Cura después de oír la historia de María Chismosa le dijo que se había salvado porque tenía el niño en los brazos y le aconsejó entonces que otra noche, cuando volviera a pasar la procesión, le devolviera a un ánima el hueso de muerto, pero que tuviera el niño en los brazos. Así lo hizo una noche que volvió a pasar, a la misma hora, la procesión macabra. Le entregó la tibia de muerto a la primera ánima que pasó y ésta, volviéndose hacia ella y dejándole ver su cara descarnada, le dijo moviendo en horrorosa mueca los huesos de su boca: “Te has salvado por cargar en tus brazos un niño inocente, María Chismosa. Quédate en tu casa y no averigües más la vida ajena”.

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Respuesta dada por: sophiealexandravelas
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Sobre todo en los pueblos nuestros, pequeños y de calles cortas y estrechas y de vida sedentaria y monótona, en donde todo el mundo se conoce y los pocos «forasteros» se reconocen al punto y se cuentan con los dedos de las manos. Su fama llegó a ser tan grande, que la llamaban María Chismosa. Una noche, como a las doce, estaba ella, como de costumbre, con una puerta «entrejusta», esperando que algo se moviera o algo pasara por allí, cuando oyó un murmullo como de voces lejanas que luego le parecieron rezos. Miró por la rendija de la puerta y vió que por toda la calle abajo venía un gentío con luces encendidas.

Ya llegaban frente a su puerta. La misteriosa procesión siguió adelante y cuando María Chismosa apagó la vela se dió cuenta de que era muy dura y que no era enteramente redonda y tenía protuberancias en los extremos. Prendió luz y «¡Jesús, Ave María Purísima!», exclamó. El Cura después de oír la historia de María Chismosa le dijo que se había salvado porque tenía el niño en los brazos y le aconsejó entonces que otra noche, cuando volviera a pasar la procesión, le devolviera a un ánima el hueso de muerto, pero que tuviera el niño en los brazos.

Así lo hizo una noche que volvió a pasar, a la misma hora, la procesión macabra. « Quédate en tu casa y no averigües más la vida ajena».

 

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