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Explicación:
Hebaristo, el sauce que murió de amor es un cuento del escritor peruano Abraham Valdelomar, que forma parte del grupo de los llamados “cuentos criollos” o “neocriollos”, aunque otros estudiosos consideran que tiene otras características que lo ubicarían más bien dentro del rubro de los cuentos fantásticos del escritor Fue publicado por primera vez en Lima, el 18 de agosto de 1917, en la revista Mundo limeño. Valdelomar ambienta la historia en la aldea de P., un pueblo de una provincia costeña del Perú en medio de un desierto, cuyo héroe local es un tal Coronel Marmanillo, quien había luchado durante la guerra de la independencia, en la batalla de La Macacona, en el año de 1822 (pero el autor se apresura en aclarar que en realidad el tal coronel no fue un héroe sino todo lo contrario, ya que había huido al primer ataque de los españoles o realistas). Empieza describiéndonos el escenario del cuento, la aldea de P. y su héroe local, el coronel Marmanillo. Luego nos presenta a los dos personajes cuyas vidas están extrañadamente entrelazadas, el boticario Evaristo y el sauce Hebaristo, almas gemelas y solitarias.
II.- Se relata la pasión amorosa del boticario Evaristo por una esmirriada chiquilla, Blanca Luz, hija del juez o magistrado de la aldea. Pero ella y su padre, luego de estar poco más de un mes en el pueblo, se marcharon lejos. Evaristo había idealizado a Blanca a tal punto que persistió en esperarla.
III.- Al igual como Evaristo, el sauce Hebaristo (plantado en las afueras del pueblo) sentía la necesidad de afecto, en este caso del polen fecundizador, pero este jamás llegaba.
IV.- Evaristo envejeció esperando el retorno de Blanca Luz, e igualmente se marchitó el sauce Hebaristo. Al atardecer iba Evaristo a sentarse cerca del sauce. Hasta que un día Evaristo no apareció y el sauce presintió lo ocurrido. Esa misma tarde vino el carpintero, quien cortó el árbol y se lo llevó.
V.- El tronco del sauce sirvió para hacer el ataúd de Evaristo y en su entierro el alcalde del pueblo pronunció un discurso muy sentido, donde aludió al “ataúd de duro roble” donde yacía el cadáver de un “honrado ciudadano”.
VI.- El carpintero, enterado del discurso, cobró como si el ataúd fuese en realidad de madera de roble. El alcalde le reclamó, pero el carpintero le dijo que no se retractaría a no ser que rectificase su discurso. Al final el alcalde aceptó pagar el precio pues no quiso modificar su discurso.