• Asignatura: Castellano
  • Autor: Juuuannnn
  • hace 25 días

Resumen del capitulo 10 al 15 del libro el arbol de las brujas

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Respuesta dada por: rendondiazramonjulio
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Resumen del libro

La noche de Halloween un grupo de ocho niños se disponen a pedir «dulce o truco» cuando descubren que su amigo Pipkin desaparece en un viaje entre la vida y la muerte.

Ray Bradbury

Y era la tarde de la Noche de las Brujas. Y todas las casas cerradas contra un viento frío. De abajo de todos los árboles salió la noche y tendió las alas. Detrás de una puerta, Tom Skelton, de trece años, se detuvo y escuchó.

Afuera, el viento anidaba en los árboles, merodeaba por las aceras con pisadas invisibles de gatos invisibles. Tom Skelton se estremeció. Santos, la Noche de las Brujas. Tom Skelton se puso sus huesos.

Tom Skelton.

Señor La Muerte en Persona!

–¿Quién es ése? –señaló Tom Skelton.

¡Premio o prenda!

Pero en mitad de las carreras, las risas, los ladridos, de pronto, como si una gran mano de noche, viento y olor de algo raro los detuviese, todos se detuvieron. Podían sentir la ausencia de Pipkin. Porque Joe Pipkin era el chico más extraordinario que hubiera existido jamás. El día que nació Joe Pipkin toda la Naranja Crush y la soda Nehi del mundo burbujeó desbordando en las botellas, y enjambres de abejas alborozadas invadieron las campiñas para picar a las solteronas.

En los cumpleaños de Pipkin, el lago se alejaba de la costa en pleno verano, y retornaba con una marea de chiquillos, un corcovo de cuerpos y una rompiente de carcajadas. Pipkin. Los ojos de Pipkin chisporroteaban mensajes secretos en Morse. Pipkin, oh, querido Pipkin, el mejor y el más adorable.

Las zapatillas de tenis de Pipkin eran viejísimas. Las ropas de Pipkin eran ropas de espantapájaro, que él prestaba a los perros para que pasearan de noche por el pueblo, mordisqueadas en los puños y con marcas de caídas en las asentaderas. Pipkin, encantador Pipkin. Pipkin, que al tomarte por el hombro, y al secretearte los grandes proyectos del día, te protegía del mundo.

Dios madrugaba sólo para ver a Pipkin salir de su casa, como uno de esos personajes de los barómetros. Y siempre hacía buen tiempo donde estaba Pipkin. Pipkin saltaría a la calle en una ráfaga de fuego y humo. La puerta de calle se abrió.

Pipkin salió. –Qué tal, chicos –dijo Pipkin. Pipkin la retiró del costado. –¿En la Noche de Brujas? –dijo Pipkin–.

–No, Pipkin, esperaremos a que tú... –En marcha –repitió Pipkin, hablando lentamente, mortalmente pálido ahora. Ellos... –Pipkin se interrumpió, los ojos llorosos. –Bueno, Pipkin. –Pipkin se sacó la mano del costado.

Cuando Joe Pipkin decía «Ya», era Ya. Corrieron de espaldas hasta la esquina para poder ver a Pipkin allí, de pie, saludándolos con la mano. –¡En seguida voy! –gritó Pipkin, desde muy lejos. Cuando se volvieron a mirar, Pipkin ya no estaba allí.

Y así, siempre mirando hacia atrás para ver si venía Pipkin, llegaron a las afueras del pueblo y al sitio donde la civilización se hundía en la obscuridad. Y entonces Tom Skelton, con frío en los huesos, silbó entre dientes como el viento nocturno que sopla entre las celosías de la alcoba. Tom Skelton desapareció. Se lanzaron barranca abajo en impetuosa carrera, todos risas y empellones, todos codos y tobillos, todos resoplidos de vapor, para detenerse atropellándose cuando Tom Skelton se detuvo y señaló el sendero cuesta arriba.

–¡Diantre! –dijo Tom Skelton–. Tom Skelton, y sólo Tom, plantó un pie huesudo en el primer escalón del porche. Y así, con un empuje de seudópodo aquí y allá, la forma amebiana, la gran exudación de chiquillos se inclinó hacia adelante, y luego de una carrerita se detuvo frente a la puerta principal de la casa que era alta como un ataúd y dos veces más estrecha. Allí se quedaron un largo rato, extendiendo varias manos como las patas de una inmensa araña que se adelantaban a tocar la fría perilla, o alcanzar el llamador de esa puerta.

Y todos miraron el llamador de la puerta.

Marley!

Tom Skelton tomó la mandíbula fría y siniestra del viejo Marley, la levantó y la dejó caer.

¡Y todo trepidó con el golpe!

Tom Skelton saltó como un gato a la barandilla del porche, y miró arriba, fascinado. Un gallo bicéfalo volteaba en los estornudos del viento. De pronto, con una vuelta de la perilla, y una mueca del llamador Marley, la puerta de entrada se sacudió y se abrió de par en par. El viento de la puerta que se abrió de pronto casi barre del porche a los chicos.

Un viento de succión entró por la puerta. Pero de pronto el viento cesó. Dentro de la casa, muy lejos, alguien venía hacia la puerta.

¡La puerta golpeó!

El polvo resoplaba bajo los pies de los niños en los tablones del porche. Los niños miraban como hipnotizados la puerta cerrada a cal y canto. Entre las ramas altas sopló el viento y agitó levemente el cargamento rutilante. –Un Árbol de las Brujas –dijo Tom.

«El árbol de las brujas».

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