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E n su afán por comprender y,
en la medida de lo posible,
influir en el devenir de los acontecimientos, los teóricos de las
relaciones internacionales generan propuestas respecto de la forma com o suponen que opera la
dinámica de la realidad internacional.
Prácticamente desde la época
del surgimiento de nuestra disciplina en el mundo de la academia
después de la Primera Guerra
Mundial, hacia fines de la segunda
década del presente siglo, los
m odelos explicativos m ejor co
nocidos, o por lo m enos los más
publicitados, que se refieren a la
interacción de colectividades
humanas entre sí, han sido predominantem ente los m odelos
generados por las escuelas anglo-sajonas. Lo anterior no debe
sorprendem os; no necesariam ente se explica en función de
una mayor sagacidad de estas
escuelas para percibir y escudriñar esta realidad en sus más recónditas facetas, tanto com o por
la posición hegem ónica de la
que han disfrutado sus países de
origen, lo cual — entre otras cosas— se traduce en una mayor
disponibilidad de recursos para
la investigación, e incluso para generar, a través de sus ac9
ciones, los acontecimientos que luego observamos en la realidad. En
este sentido, más que “explicar” dicha realidad, muchas de las
nociones generadas a partir de esos esfuerzos teóricos han tenido
la misión de “justificar” cierto estado de cosas.1
El caso del realismo político es particularmente ilustrativo a este
respecto. Si bien es cierto que hurgando en los expedientes más
antiguos del registro histórico podemos hallarelementos conducentes
hacia una formulación teórica del realismo en la esfera de las
cuestiones internacionales, su versión contemporánea más acabada
está íntimamente vinculada al nombre de Hans Morgenthau, quien
en su publicación PoliticsAmong Nations, de 1948, deja asentadas
las bases o lineamientos teóricos que, fundados en sus célebres seis
principios, hanseguido todos los realistas posteriores hasta la fecha.
Desde el punto de vista de la elaboración teórica; es decir, como
esfuerzo conceptual, el realismo político es una construcción de
sorprendente sencillez. En el esquema mental de los realistas, el
poder constituye el elemento más importante de toda actividad
política; no obstante, la falta de una definición rigurosa de su
concepto clave (el cual en algunas ocasiones se nos presenta como
un medio para el logro de objetivos mayores y en otras como un fin
en sí mismo) permite un manejo ambiguo, que si bien facilita la
crítica racional del modelo, por otra parte lo reviste de una capacidad
asombrosa de adaptación que, sobre la base de la misma noción
fundamental, se acopla a nuevas circunstancias sin tener que llevar
a cabo un gran esfuerzo. Esta última propiedad ha hecho del
realismo un modelo de explicación teórica bastante atractivo para
los que gustan de hablar de “política” sin necesidad de pensar muy
a fondo en lo que dicen.
En un interesante artículo sobre la proyección práctica del
realismo (que según sus más destacados exponentes se manifiesta
como una incesante lucha por el poder), como una constante de la
política exterior norteamericana a lo largo de toda la historia de ese
país, Pedro González Olvera nos documenta fehacientemente el
hecho de que mucho antes de convertirse en una formulación
— Perspectivas teóricas
teórica de mayor o menor grado de complejidad, el realismo político
(entendido desde la perspectiva de la construcción teórica como un
cúmulo de convicciones y motivaciones condicionantes de la conducta de los grupos humanos, o incluso de los propios individuos,
Esta observación resulta de particular relevancia porque a partir
de ella es más fácil argumentar que más que una mera justificación
i teórica en la búsqueda de la hegemonía internacional, el realismo
político ha sido, en verdad, una de las fuerzas determinantes del
curso visible de la historia, y desde este punto de vista, sus teóricos
no han hecho ninguna otra cosa que proyectar hacia el plano del
discernimiento una percepción “objetiva” de la realidad. En otras
palabras, los realistas, como observadores preclaros de la realidad,
han tenido la visión suficiente como para captar la esencia verdadera
de su objeto de estudio.
De hecho, el caso en favor del realismo político como concepción
teórica parecería cobrar mucha mayor fuerza si en vez de limitar el
análisis a la historia reciente del surgimiento y el desempeño de los
Estados Unidos como potencia mundial, lo trasladamos hacia el
plano de la historia universal e intentamos contemplar, desde una
óptica “realista”, la evolución misma de la humanidad.
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