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A partir de la segunda mitad del siglo XVIII difundióse, partiendo de Inglaterra, una explotación racional de la agricultura.
Con el sistema, predominante hasta entonces, del cultivo de triple amelga, la mayor porción de las tierras la constituían pastos perpetuos, de los cuales nadie cuidaba debido a utilizarlos en común todos los lugareños. La consecuencia de este estado de cosas era una ganadería deficiente. En las tierras de sembradío, los campos pertenecientes a cada una de las fincas se hallaban dispersos en diversos distritos o circunscripciones, en confusión con los de las otras propiedades; por eso los vecinos del pueblo no podían emprender siembras ni proceder a las cosechas si no era a base de un plan común. Los rebaños de la comunidad eran llevados al rastrojo, y si bien de este modo el campo quedaba algo abonado, no lo era, nicon mucho, suficientemente. El cultivo forzoso excluía el cuidado de las labores que efectúa el individuo cuando se trata de un campo de su única pertenencia. Por regla general, los cultivos se hacían de manera que, en las tres amelgas, se sucedían cereales de invierno, cereales de verano y el barbecho; a veces éste se aprovechaba para sembrar plantas forrajeras. En resumidas cuentas, la escasez de rebaños y la falta de abono daban cosechas pobres, es decir, un mísero rendimiento de la agricultura.
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