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Pierre comienza a soñar con unir en una extraordinaria competición a los deportistas de todo el mundo, bajo el signo de la unión y la hermandad, sin ánimo de lucro y solo por el deseo de conseguir la gloria, competir por competir, como dice la frase de Ethelbert Talbot «Lo importante no es vencer, sino participar», frase mal atribuida a Pierre de Coubertin. La idea de Coubertin parecía insensata y chocó con mucha incomprensión.
Intentando convencer a todos, viajó por todo el mundo hablando de paz, comprensión entre los hombres y de unión, mezclándolo todo con la palabra Deporte. Al fin, en la última sesión del Congreso Internacional de Educación Física que se celebró en la Sorbona de París, el 26 de junio de 1894, se decide instituir los Juegos Olímpicos.
En Inglaterra, esta idea no es bien recibida y la opinión pública decide quedar al margen. Alemania reaccionó intentando boicotear los juegos. Grecia se opone, y su jefe de gobierno, Tricoupis, quiso impedir su realización, pues aquel lío salía muy caro a su país.
Coubertin consiguió que el príncipe heredero de Grecia, el duque de Esparta, intercediera ante el káiser Guillermo, emperador de Alemania cuñado suyo, convenciendo a los ingleses y a su propio Gobierno. El príncipe consigue que se emita una serie de sellos conmemorativos para conseguir el dinero para los juegos. Además crea una suscripción pública con tan buenos resultados que consigue que Jorge Averof, un griego millonario quien emigró a Alejandría siendo muy joven, corra con los gastos de la reconstrucción del estadio de Atenas.
El 24 de marzo de 1896, día de Pascua de Resurrección, el duque de Esparta, tras un discurso, descubre la estatua del mecenas Jorge Averof. El rey Jorge de Grecia pronuncia por primera vez las palabras rituales: "Declaro abierto los Primeros Juegos Olímpicos Internacionales de Atenas". Este modesto principio sería el origen del movimiento olímpico moderno.