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El 16 de abril de 1838 una escuadra francesa bloqueó el puerto de Veracruz y declaró una igual acción para todos los puertos mexicanos en el océano Atlántico, desde Yucatán hasta el río Bravo, con lo que dio inició un conflicto bélico injusto y desigual al que el pueblo mexicano bautizó como Guerra de los Pasteles, en un irónico recordatorio de las desmedidas y absurdas razones con las que Francia quería justificar la agresión contra nuestro país.
El barón Antoine-Louis Deffaudis, ministro del rey de Francia Luis Felipe I, exigió al gobierno mexicano presidido por Anastasio Bustamante el pago de 600 000 pesos para indemnizar a los deudos de dos aventureros franceses que habían desembarcado en México en 1835 como parte de una expedición filibustera y que luego fueron fusilados, así como a los de cinco comerciantes ambulantes que habían sido linchados en 1833 en Atencingo (hoy en Puebla), acusados de propagar una epidemia de cólera.
También se indemnizaría a otros franceses: un preso en San Juan de Ulúa por asesinato, al que además se debía liberar; un carnicero a quien el gobierno le había decomisado unos marranos enfermos de triquinosis, y, por si no fuera poco, a un pastelero al que unos oficiales juerguistas habían encerrado en su propio establecimiento para comerse todos los pasteles que allí había. Si el gobierno mexicano no pagaba el dinero exigido y no aceptaba otras ofensivas condiciones, entre ellas la firma de un tratado comercial con Francia en condiciones altamente favorables para ellos, el bloqueo de los puertos se convertiría en guerra. A fin de cuentas, representaba la fuerza de una potencia que no atendía razones ni parecía necesitarlas para justificar una agresión.
Para apoyar tales pretensiones, una escuadra francesa se situó frente a Veracruz en busca de una guerra que, según decían los jefes de la expedición, añadiera un florón más a sus armas y exaltara la gloria del príncipe Joinville, que mandaría el conflicto. Como la nación europea se mantenía beligerante, a las exigencias antes señaladas se añadió un ultimátum al que el gobierno mexicano respondió: “Nada podrá tratar el Gobierno sobre el contenido de ese documento mientras las fuerzas navales de Francia no se retiren de las costas de la República”.
Ante tal respuesta, el comandante francés ordenó el bloqueo de los puertos nacionales aquel 16 de abril de 1838. Luego de varios meses, la razón de la fuerza obligaría a México a negociar y comprometerse a pagar las pretendidas indemnizaciones, pero no a firmar el tratado comercial.