Respuestas
Para los enfermos y ancianos, el sacramento de la Unción significa un refuerzo, un
suplemento de fuerza espiritual. Para el moribundo, en trance de pasar a otra vida, la
Unción significa la plena efusión del Espíritu, y por tanto, este sacramento implica la
espiritualización de todo su ser.
PHILIPPE ROUILLARD
A la vista de estas reflexiones, parece obvio que la Iglesia ponga este don de Dios al
alcance de todos los creyentes que lo necesitan y lo solicitan.
La práctica eclesial en la antigüedad
En el dominio sacramental, la práctica de la Iglesia constituye, a lo largo de la historia,
un lugar teológico de indudable importancia. Hagamos, pues, memoria.
Y por lo pronto abramos el Evangelio. Vemos cómo Jesús acoge a los enfermos y los
cura, utilizando diversos rituales. Vemos también cómo los Doce, adoctrinados por
Jesús, en su primer escarceo misional "ungían a muchos enfermos y los sanaban". De
estos primeros datos deducimos que Jesús y los suyos se preocupaban de ayudar a los
hombres aquejados por la enfermedad.
El segundo dato es el texto, clásico en este tema, de St 5, 14-15: "¿Hay algún enfermo
entre vosotros? Que haga venir a los responsables de la comunidad (presbíteros), para
que recen por él y le unjan con el aceite, invocando el nombre de Jesús. La oración
inspirada por la fe salvará al enfermo; el Señor le restablecerá. Y si ha cometido algún
pecado, le será perdonado".
Observemos. El enfermo llama a los "presbíteros" de la Iglesia. ¿Quiénes son los
presbíteros? En el estado actual de las indagaciones exegéticas sólo podemos asegurar
dos cosas. Primera, que los presbíteros ejercían en la asamblea una función de
responsabilidad. Segunda, que los presbíteros eran y actuaban como miembros de una
institución colegial. Esta segunda precisión nos sugiere que no se trata del sacerdocio,
ya que este tiene carácter individual.
Del siglo V, época bien documentada, tenemos textos y hechos fehacientes que
corroboran las palabras categóricas del Papa Inocencio I. En una carta fechada en 416,
recuerda que corresponde al obispo consagrar los Santos Oleos, y añade: "todos los
cristianos, no sólo los sacerdotes, pueden servirse de ellos para ungirse o para ungir a
los suyos, en caso de necesidad" (PL, 20 559; Denz. 216). Así lo hacía Sta. Genoveva
de París.
A principios del s. VI, el obispo Cesáreo de Arlés predicaba: "cada vez que sobrevenga
la enfermedad, el enfermo ha de pedir con fe humilde el aceite bendecido por los
sacerdotes, y ungir con él su pobre cuerpo para que se cumpla lo que Jaime ha escrito"
(Sermón 13, 3).
Hacia el 720, S. Beda el Venerable, buen conocedor de la tradición, saliendo al paso de
ciertas dudas, citaba la autoridad de Inocencio I sobre el uso del aceite consagrado, y
hacía hincapié en que no se trata de competencia exclusiva de los sacerdotes (PL 93,
39).
Todos estos testimonios ponen de manifiesto que 1°), hasta cierta época, la Unción se
confiere no sólo a los moribundos, sino a los enfermos; y 2.o) que los propios enfermos
o sus familiares pueden administrar la Unción, tantas veces como sea necesario.
PHILIPPE ROUILLARD
Cambio de perspectiva y de disciplina
A lo largo del s. VIII se produce un giro decisivo en la teología y en la práctica del
sacramento de la Unción. Dos son los motivos principales: De un lado, se observa que
disminuye el interés por los efectos corporales de la Unción -alivio o curación del
cuerpo - en cambio aumenta la importancia de los efectos espirituales -el perdón de los
pecados-; sobre todo de cara al Juicio de Dios. En consecuencia, ya no se administra a
los enfermos, sino a los moribundos. De ahí el apelativo de "extremaunción". De otro
lado, en este siglo se instituye y promueve el sacramento de la Penitencia en forma
reiterable y menos exigente que la antigua disciplina. Cuando el cristiano se halla ante
la muerte, parece obvio que solicite del sacerdote una última absolución y que, como
complemento, reciba, de manos del propio sacerdote, la sagrada Unción. Así poco a
poco, la administración de los santos Oleos se fue convirtiendo en una función
reservada a los presbíteros, y expresamente prohibida a los laicos, como lo acreditan
algunos decretos conciliares locales (Cf PL 89, 821 y 923).
En esta fase de la evolución y sobre la base de estas prácticas, se fue elaborando en
Occidente, desde el siglo X al XIII, una teología sistemática del sacramento de la
Unción que ha permanecido inamovible hasta el Vaticano II. Sólo Lutero se levantó