• Asignatura: Religión
  • Autor: luzardovale09
  • hace 11 meses

En qué se parecen Federico y Manuel a fariseo y el cobrador de impuestos​

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Respuesta dada por: andersonjimenezbvm
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Respuesta:

La parábola del fariseo y el recaudador de impuestos figura únicamente en el capítulo 18 del libro de Lucas, versículos 9–14. Entre otras cosas, trata del elemento fundamental de la salvación. Comencemos por estudiar a los dos personajes de la parábola, ¿de acuerdo?

El fariseo

Los fariseos eran miembros de la sociedad judía que tenían convicciones muy fuertes acerca de observar tanto las leyes de Moisés como las tradiciones recibidas de sus antepasados. Tales tradiciones no formaban parte de la ley mosaica, pero los fariseos las ponían al mismo nivel.

El término fariseo significa «separados».

Se esforzaban por cumplir la ley de Moisés, sobre todo los mandamientos que tenían que ver con el diezmo y la pureza. Muchos judíos no observaban las leyes sobre los alimentos, la preparación de los mismos y el lavado de manos; por eso los fariseos eran cuidadosos a la hora de comer con otras personas, a fin de no volverse ritualmente impuros. Algunos criticaron a Jesús por comer con pecadores, y menospreciaron a Sus discípulos por ingerir alimentos sin haberse lavado las manos[1]. También censuraron a Jesús más de una vez por quebrantar las leyes sobre el sábado[2].

En asuntos religiosos, los fariseos tenían fama de pasarse de la raya. La Ley escrita solo requería el ayuno una vez al año, en el Día de la Expiación; no obstante, algunos fariseos ayunaban dos veces a la semana, el segundo y el quinto día, es decir, los lunes y los jueves, como acto de piedad voluntario. Diezmaban todo lo que adquirían, lo cual también era más de lo que exigía la Ley.

La mayoría de los judíos no observaban la ley mosaica tan rigurosamente como los fariseos; por eso los judíos de la época de Jesús consideraban a los fariseos muy justos y piadosos.

El cobrador de impuestos

Veamos ahora el cobrador de impuestos. Los romanos, que gobernaban Israel en tiempos de Jesús, exigían tres tipos de impuestos: el impuesto territorial, la capitación y los derechos de aduana. Los impuestos se empleaban para pagar tributo a Roma, que había conquistado Israel en el año 63 a. C.

Lo más probable es que el recaudador de impuestos de la parábola estuviera vinculado al sistema aduanero. En todo el Imperio romano había un sistema de peajes y gabelas que se recolectaban en los puertos, en las oficinas de impuestos y en las puertas de las ciudades. Las tarifas oscilaban entre el dos y el cinco por ciento de los bienes transportados de una ciudad a otra. En viajes largos, una persona que transportara artículos podía ser gravada múltiples veces. El valor de los artículos lo determinaba el cobrador[3].

El sistema aduanero y de recaudación de impuestos funcionaba mediante lo que se conoce como arriendo. Se hacía de la siguiente manera: ciertas personas adineradas hacían ofertas sobre cuánto pagarían a Roma por el privilegio de recaudar impuestos en una zona. El mejor postor se convertía en arrendador y pagaba la suma que había sido aceptada por Roma en la puja; de esa manera Roma percibía los impuestos por adelantado. Luego el arrendador recaudaba los impuestos por medio de cobradores de la localidad. El arrendador y las personas a las que contrataba para recaudar los impuestos se ganaban la vida con los tributos que percibían. Cobraban todo lo que podían en impuestos dentro de ciertos límites legales, pues sus ingresos venían determinados por la cantidad de dinero que lograban reunir por encima de lo que ya habían pagado a Roma. En pocas palabras, la recaudación de impuestos era un negocio.

Los arrendadores contrataban a cobradores del lugar para que llevaran a cabo la labor de recaudar los impuestos. Tales cobradores evaluaban la mercancía y seguidamente fijaban la suma a pagar. Aunque existía cierto control, con frecuencia los recaudadores, para obtener ganancias, tasaban los artículos en mucho más de su valor real. Detenían a los viajeros en los caminos y exigían esos tributos, que se podían pagar en moneda o renunciando a una parte de los artículos. Los contribuyentes consideraban que eso era robo institucional[4].

Cuando unos recaudadores de impuestos fueron donde Juan el Bautista para ser bautizados y le preguntaron qué debían hacer, él respondió: «No exijáis más de lo que os está ordenado»[5], una clara indicación de que cobraban de más para su propio beneficio.

Los recaudadores de impuestos eran despreciados. Eran calificados de extorsionistas e injustos. Según la ley judía, no existía obligación de decirles la verdad.

Explicación:

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