• Asignatura: Baldor
  • Autor: gutierrezgomezfranci
  • hace 9 meses

dos cuentos cortos pliss es para hoy
doy coronita:)​


Anónimo: aaaa
Anónimo: ok
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Anónimo: jajjj
Anónimo: bueno chau
Anónimo: ..
Anónimo: okey
Anónimo: adiós
Anónimo: bye
Anónimo: oki

Respuestas

Respuesta dada por: alvaradoxime80
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Respuesta:

Érase una vez un rey que tenía un hijo pequeño. Según la profecía, al niño lo mataría un ciervo a los dieciséis años.

Habiendo ya llegado a esta edad, el príncipe salió caza y, una vez en el bosque, quedó un momento separado de los demás. De pronto se le presentó un enorme ciervo. El príncipe quiso derribarlo, pero falló. El animal echó a correr. El príncipe lo persiguió hasta que salieron del bosque.

De repente, el príncipe vio ante sí, en vez del ciervo, un hombre de talla descomunal que le dijo:

— Ya era hora de que fueses mío.

Y se lo llevó. Después de cruzar un caudaloso río, lo condujo a un gran castillo. Le dio de comer y le dijo:

— Tengo tres hijas. Velarás una noche junto a la mayor, desde las nueve hasta las seis de la madrugada. Yo vendré cada vez que el reloj dé las horas, y te llamaré. Si no me respondes, mañana morirás; pero si me respondes, te daré a la princesa por esposa.

Los dos jóvenes entraron, pues, en el dormitorio, y en él había un San Cristóbal de piedra.

La muchacha dijo a San Cristóbal:

— A partir de las nueve vendrá mi padre cada hora, hasta que den las tres. Cuando pregunte, contestadle vos en lugar del príncipe.

El Santo asintió con un movimiento de cabeza.

A la mañana siguiente el Rey le dijo al príncipe:

— Has hecho bien las cosas; pero antes de darte a mi hija mayor, deberás pasar otra noche con la segunda, y entonces decidiré si te caso con aquella. Pero voy a presentarme cada hora, y cuando te llame, contéstame. Si no lo haces, tu sangre correrá.

Entraron los dos en el dormitorio, donde se levantaba un San Cristóbal todavía mayor, al que dijo, asimismo, la princesa:

— Cuando mi padre pregunte, respóndele tú.

Y el gran Santo de piedra aceptó con un movimiento de cabeza. El príncipe se echó en el umbral de la puerta y, poniéndose la mano debajo de la cabeza, se durmió.

Dijo el Rey a la mañana siguiente:

— Lo has hecho bien, pero no puedo darte a mi hija. Antes debes pasar una tercera noche en vela, esta vez con la más pequeña. Luego decidiré si te concedo la mano de la segunda. Pero volveré todas las horas, y, cuando llame, responde; de lo contrario, correrá tu sangre.

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