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Respuesta:
esta Remington se quedará petrificada sobre la mesa con ese aire de
doblemente quietas que tienen las cosas movibles cuando no se mueven. Entonces tengo que escribir. Uno
de todos nosotros tiene que escribir, si es que todo esto va a ser contado. Mejor que sea yo que estoy
muerto, que estoy menos comprometido que el resto; yo que no veo más que las nubes y puedo pensar sin
distraerme, escribir sin distraerme (ahí pasa otra, con un borde gris) y acordarme sin distraerme, yo que
estoy muerto (y vivo, no se trata de engañar a nadie, ya se verá cuando llegue el momento, porque de
alguna manera tengo que arrancar y he empezado por esta punta, la de atrás, la del comienzo, que al fin y
al cabo es la mejor de las puntas cuando se quiere contar algo).
De repente me pregunto por qué tengo que contar esto, pero si uno empezara a preguntarse por
qué hace todo lo que hace, si uno se preguntara solamente por qué acepta una invitación a cenar (ahora
pasa una paloma, y me parece que un gorrión) o por qué cuando alguien nos ha contado un buen cuento, en
seguida empieza como una cosquilla en el estómago y no se está tranquilo hasta entrar en la oficina de al
lado y contar a su vez el cuento; recién entonces uno está bien, está contento y puede volverse a su trabajo.
Que yo sepa nadie ha explicado esto, de manera que lo mejor es dejarse de pudores y contar, porque al fin
y al cabo nadie se averguenza de respirar o de ponerse los zapatos; son cosas, que se hacen, y cuando pasa
algo raro, cuando dentro del zapato encontramos una araña o al respirar se siente como un vidrio roto,
entonces hay que contar lo que pasa, contarlo a los muchachos de la oficina o al médico.
Explicación:
HOla