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Antonio Arriaga, siendo director del Museo Nacional de Historia, declaró lo siguiente "Complementaremos los testimonios del pasado con obras monumentales de pintura mural, en la que nuestros más grandes pintores habrán de interpretar el carácter y la importancia de las épocas correspondientes."2 Con esta postura, en 1957 encarga a David Alfaro Siqueiros un mural para decorar la sala de la Revolución. Se le sugirió al pintor que tratara el tema de la Revolución Mexicana y el porfirismo.
Para crear su obra, el artista realizó una profunda investigación histórica e iconográfica que fue dirigida por especialistas como Nicolás T. Bernal y el profesor Manuel Arellano, quien entonces fungía como Subdirector del Centro de Investigaciones Históricas.3 Inicialmente, el espacio de la obra constaba de tres paños independientes en forma de trapecio en una sala, juntos sumaban 80 metros. Al final, las dimensiones no fueron suficientes y se tuvo que remover una pared para unir dos salas en un proyecto asesorado por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez.
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