• Asignatura: Geografía
  • Autor: arcejoaquina
  • hace 11 meses

testimonios que dieron primo levi y jose Semprún sobre sus experiencias en los campos ayudaa

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Respuesta dada por: jamilethgalvis
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Español que vive en Francia desde los 14 años –salvo el paréntesis en el que fue ministro de Cultura, 1988-1991–, fue comunista durante veinte años, hasta su expulsión, en 1965. Pero también luchó en la Resistencia francesa en la II Guerra Mundial, lo que le condujo a un campo de concentración nazi durante dos años. Allí precisamente vivió el desembarco en Normandía. Ese día supo, a media mañana, que algo definitivo acababa de suceder. La guerra podía tomar el camino de la derrota alemana. Recuerda que su estancia en Buchenwald fue su escena primitiva.

–Desde el campo, ¿los confinados podían seguir la marcha de la guerra?

–En el campo había una organización clandestina, había una información al día y una escucha permanente de las radios aliadas: Moscú, Londres. También boletines que circulaban entre los dirigentes de los partidos comunistas del campo. Las noticias se conocían una hora después de que sucedieran en el mundo. Ese campo había sido construido para confinar a los presos políticos alemanes, a los comunistas y socialdemócratas, y más adelante se agregaron a él comunistas de otros países, resistentes y luchadores antinazis en general. Cuando yo llego, en 1943, los comunistas han conseguido hacerse dueños de la administración, establecer un poder paralelo. En el campo se reproducía el dilema de todos los partidos, si ser revolucionarios o reformistas; ¿qué es mejor, esperar el día final del gran asalto o instalarse en los entresijos del poder e ir tomándolo sindicalmente? Tener el poder significaba tener la responsabilidad de los barracones, de los comandos de trabajo. En el recinto había 50.000 personas. Pero en realidad, del campo dependían los trabajadores de las fábricas del exterior, entre 100.000 y 125.000 personas, que trabajaban en la industria bélica alemana.

–¿Qué fabricaban?

–Cuando yo llegué, los alemanes habían empezado a perder la guerra. El caso es que necesitaban grandes cantidades de armas y elementos bélicos que se construían en Buchenwald. Hacíamos carabinas, instrumentos ópticos y las Vl y V2 (bombas autopropulsadas, prácticamente invulnerables a la defensa antiaérea de la época).

–¿Qué hacía usted exactamente?

–Yo era el único español que sabía alemán. Por eso estaba en el sistema de relaciones internacionales. Trabajaba en el servicio de distribución de la mano de obra, aunque otro servicio, de las SS, controlaba por encima de nosotros. Llevaba al día el estadillo de los muertos, los enfermos, los incorporados. Cuando se pedían fresadores para una fábrica, yo veía si los había. [...]

–Para los españoles todavía había algo más: desembarco, derrota alemana, salida del campo y fin de Franco.

–Claro. En Buchenwald había entre 100 y 150 españoles. Pero los españoles estuvieron confinados sobre todo en Mauthausen. Eran presos de las compañías de trabajo militarizadas que habían constituido los franceses en 1939. Fueron hechos prisioneros junto con el Ejército francés. Los alemanes se encontraron con una masa de españoles que no eran prisioneros de guerra y mandaron un recado al Gobierno franquista: ¿ustedes quieren a estos compatriotas suyos? Franco dijo que no porque eran rojos. Entonces los enviaron a Mauthausen. Los confinados en Buchenwald eran todos de la Resistencia; tenían experiencia militar de la guerra de España. Aquella lucha era la revancha de la guerra. Así que la secuencia que has planteado era la lógica.

–La posibilidad de que sucediera lo contrario, que Franco permaneciera en el poder, ¿era tan impensable?

–Si alguien hubiera puesto en duda el silogismo de que, tras la victoria aliada contra los nazis, Franco caería y España sería liberada, se le hubiera tomado por un loco. A los españoles, los SS siempre nos llamaban rojo español, con el calificativo por delante. Pero ser español te protegía; la guerra de España era el gran mito del antifascismo. Por ejemplo, no solían ir a los llamados comandos exteriores, que eran lugares donde se estaba peor que en el campo mismo. Había un lugar especialmente duro; se llamaba Dora. Era una fábrica subterránea, cavada en la roca, donde se construían las carcasas de los cohetes Vl y V2, cuyos aparatos de propulsión se fabricaban en Buchenwald. Era un mal lugar, y la organización clandestina intentaba evitar que los cuadros de la Resistencia fueran en estas misiones.

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