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Esta novela juvenil incorpora los tópicos y convenciones que son propios del género: la fuerza de la amistad, la aventura iniciática, el descubrimiento del amor y, como consecuencia de todo ello, el crecimiento personal de sus jóvenes protagonistas. El autor, escritor y periodista argentino, sitúa la acción en su Buenos Aires natal para abordar una narración realista que, sin perder de vista su naturaleza de ficción, alcanza un tono documental y de denuncia.
Ariel es un muchacho de catorce años que, en el tiempo que le dejan libre sus estudios, atiende la verdulería de su tío, situada en un barrio modesto fronterizo con Fiorito, una de las villas miserias que jalonan la ciudad. Su amor por Pato (Patricia) le conducirá a adentrarse en el peligroso territorio de Villa Fiorito para, en compañía de sus amigos, intentar recuperar la primera pelota de Maradona (preciada propiedad del padre enfermo de Pato), en manos de una banda criminal.
Olguín nos conduce en una bajada al infierno de la marginación, la criminalidad y la degradación, hacia un lugar aparte del mundo donde no alcanza el bienestar ni el estado de derecho, regido por sus propios códigos y sometido a la arbitrariedad y la explotación de los clanes mafiosos y de la policía corrupta (en el que, sin embargo, es capaz de florecer el amor, la solidaridad y la dignidad). La atractiva peripecia padece un exceso de tensión que provoca que, por momentos, resulte un tanto inverosímil.
El fútbol aparece como necesario telón de fondo del relato, un modo de vida para los argentinos, casi una religión laica de la que Maradona sería el sumo sacerdote (¿o su dios?). Como en el pujante cine del país, los personajes están solidamente construidos, los diálogos son ágiles, chispeantes y llenos de agudeza. El libro cuenta con un útil apéndice final que aclara el significado de algunos argentinismos empleados en la narración.