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Recuerdo una noche que estaba lloviendo, hubo un corte eléctrico y tenía que desplazarme de un edificio a otro dentro de las instalaciones. Lo curioso es que no veía ni la punta de mi nariz, por las sendas lo único que me guiaba eran los relámpagos que alumbraban el camino, mientras mi pobre sombrilla casi cedía a la ventisca. Estaba ansiosa por llegar, al fin llegué. Reconozco que no es fácil para los ciegos vivir en un mundo de videntes.
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