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Hace un siglo, un acuerdo entre accionistas franceses, el gobierno de Washington y la oligarquía panameña convertía a una provincia colombiana en nación. La función de esta última consistía en permitir a Estados Unidos el control del canal que une los dos océanos a través del istmo centroamericano. Una secuencia histórica no muy conocida por el gran público, que habla desde el fondo del tiempo sobre la continuidad de las injerencias externas, las traiciones locales y la vigencia de las luchas por la soberanía en América Latina.
En agosto de 1900 Bogotá veía alumbrar las primeras bombillas, sin que por ello se pudiera decir que llegaba a Colombia el Siglo de las Luces. Todo lo contrario: era un tiempo de oscurantismo político. Exactamente un año antes se había iniciado otra guerra civil, declarada esta vez por la dirigencia del partido Liberal contra el clero católico y el partido Conservador, apoltronados en el poder (1). La oligarquía, representada en ese trío, no cesaba de incitar al sectarismo que ya tenía agrietadas las relaciones entre los sectores humildes de la sociedad, como forma de aumentar y salvaguardar sus intereses.
En 1901 no se veía el fin de la confrontación, por lo tanto los dirigentes liberales y conservadores pidieron ayuda al gobierno estadounidense para encontrar una solución. Este aceptó bajo la condición de ponerse al lado de quien le ofreciera mayores prerrogativas en la provincia colombiana de Panamá. Washington, en plena carrera expansionista, necesitaba un canal que le permitiera el rápido desplazamiento de tropas y mercancías de un océano al otro. Esta parte del istmo centroamericano era la ideal, ya que sólo 50 kilómetros de tierra separaban al golfo de San Blas del estuario del río Chapo. El bando gobernante aceptó inmediatamente. Sin perder tiempo, los marines desembarcaron en Panamá inmovilizando a las fuerzas liberales. En noviembre de 1902 el armisticio se firmó en el buque de guerra US Wisconsin.
Esta confrontación, conocida como la «guerra de los mil días», dejó unos cien mil muertos y sumió al país en una profunda crisis, cuyas secuelas se sintieron durante decenios. Pero existió un efecto inmediato: la pérdida de Panamá.