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Respuesta: te toca leer jaja
Explicación: 1. Preámbulo: cinco siglos después del nacimiento de Santa Teresa de Jesús
Quinientos años después de su nacimiento, Santa Teresa de Jesús (1515-1582)
sigue provocando el asombro cultural y espiritualmente. Bastará con unas indicaciones
tomadas de la prensa reciente. Gustavo Martín Garzo, en la cuarta página de El País del
sábado 11 de octubre de 2014, en un bello artículo titulado «La esposa de la canción»,
subrayaba este aspecto: «cinco siglos después de su nacimiento seguimos leyéndola con
gozo». El lema de sus preciosas reflexiones está tomado de la descripción de la Santa de
Ávila que hiciera el filósofo rumano E. Cioran: «era una esposa de la canción, un
corazón traspasado, el misterio del solitario, de una pasión divina imparcial, la misma
fuerza, lo mismo… Todo su tambaleo en un trance de éxtasis es la esposa del Cantar
que deambula y no encuentra, es todo el embebecimiento sabroso, es la esposa de la
canción que ha logrado su propósito, o que ha sido secuestrada por sorpresa».
El comentario hilado por el escritor vallisoletano ahonda en este mismo punto:
Teresa habla del Dios en el que cree como la esposa del Cantar habla de su amado. Su
Dios no es una idea abstracta, como el Dios de las religiones, sino que tiene una
dimensión humana. Y recurre a ese pasaje del Libro de la Vida (29, 13), que narra uno
de esos encuentros y que bien pudiera haber servido de inspiración a Gian Lorenzo
Bernini para esculpir la famosa imagen de la transverberación y del arrobamiento
teresiano:
«Vía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal, lo que no suelo
ver sino por maravilla. [...] No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el
rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parecen todos
se abrasan. [...]. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me
parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas
veces, y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo
y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor que
me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone ese
grandísimo dolor que no hay que desear que se quite, ni se contenta el alma con
menos que Dios. No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de
participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre
el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que
miento».
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El literato castellano, psicólogo de formación, afirma que los pasajes en los que
Teresa narra sus arrobamientos y sus raptos nada tienen que ver con los delirios de un
psicótico. Un delirio es un sueño que no se puede compartir. Teresa, que es capaz de
narrar esos encuentros, es más bien esa amante que sufre trastornos y llega a enfermar
en su camino de perfección. Santa Teresa es «como el trapecista que vuela a lo alto,
pero sabe que tiene que descender, ocuparse de sus monjas, de su escritura, de sus
compromisos con el mundo y con su propia fe». Y remacha: «Por eso, quiere reformar
el Carmelo, para hacer frente a esos compromisos. Para ella un convento es un lugar
donde vivir». Hemos llegado así al tema propio de esta conferencia, «Renovación y
reforma de la Iglesia: una perspectiva histórica», que ha de servir de marco a este ciclo.
Con todo, el mejor fruto de este curso será volver a leer los textos mayores de la
Santa: el Libro de la Vida (1565), Camino de perfección (1566), el Libro de las
fundaciones (1573-1582), las Moradas o castillo interior (1577)1
. De todos ellos les
hablarán buenos especialistas. Se ha dicho que la prosa de esta mujer, doctora de la
Iglesia y una de las cumbres de la mística universal, es quizás la más destacada del
Siglo de Oro, después de la de Miguel de Cervantes, que asombra por su sencillez, su
claridad y su musicalidad interna. De su escritura dice Gustavo Martin Garzo: «Escribir
para ella es relacionarse con lo que desconoce. La búsqueda de un interlocutor
providencial que le haga decir lo que no sabe explicar; la espera, en suma, de la gracia.
(…) Tal es el misterio de Santa Teresa, y lo que hace que cinco siglos después de su
nacimiento podamos seguir leyéndola con gozo: transforma la religión en poesía».