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Al concebir nuestra morada vital de la manera como señalan las palabras de Bajtín, asumimos nuestro mundillo como un minúsculo islote hecho de las palabras propias, sumergido en el inmenso e ilimitado océano de palabras dichas por otros: hecho absolutamente primario de nuestra conciencia. Concebir un mundo así significa reconocer la primogenitura del otro: uno llega a un mundo poblado por otros y, además, un mundo ya dicho y valorado por ellos. La presencia previa de la otredad es la condición de posibilidad para el yo. El yo, entonces, se forja y se vuelve sujeto en una permanente interacción con el otro, en un constante devenir del acto (ético) 1 y la palabra se convierte en el acto cuya implicación es una responsabilidad/ responsividad congénita, pero siempre arraigada en una circunstancia concreta. De ahí que "no haya coartada en el ser", pues siempre respondemos por y al otro, de modo que la otredad combina las características cotidianas del acto con su trascendencia hacia lo "inmortal" y lo universal planteados como la manisfestación de lo propiamente humano desde la cotidianidad y la concreción del hombre en la historia: "la subjectivation est immortelle, et fait l'Homme" (Badiou, 1993: 14)2 .
coronita plisssssssss