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La Batalla de Piribebuy, sucedida el 12 de agosto de 1869, es una de las más sangrientas de la Guerra de la Triple Alianza, donde el Ejército Paraguayo defendió con heroísmo sin igual la soberanía nacional. Piribebuy, convertida en aquel entonces en Capital de la República en 1869, se constituye en la única batalla urbana de la guerra en nuestro suelo patrio. La defensa de esta plaza se encomendó al Teniente Coronel Pedro Pablo Caballero, con un efectivo de 1.600 hombres, mujeres y niños, aproximadamente, contra el enemigo que apareció en la zona el día 10 de agosto con más de 20 mil hombres de las tres armas, y con 35 piezas de artillería.
Con las primeras luces del día 12 de agosto de 1869, la maniobra de envolvimiento estaba terminada, haciendo llegar al jefe de la defensa una intimación para deponer sus armas por parte del comandante aliado, la respuesta del Teniente Coronel Caballero fue contundente: “Estoy aquí para pelear y morir si es necesario, pero no para rendirme”.
Ante la indeclinable decisión de los defensores de Piribebuy los aliados realizaron un fuerte bombardeo sobre la ciudad por parte de su artillería. Posterior a dicho bombardeo, los aliados cayeron sobre la ciudad desde todas las direcciones en sucesivos asaltos, fueron rechazados dos veces en forma consecutiva con enormes pérdidas, pero finalmente el número superior se impuso, siendo tomadas las trincheras, ante la abnegación de parte de los defensores, quienes se batieron con el enemigo hasta el final.
Según cuenta la historia, los artilleros paraguayos cargaron los cañones con una cantidad variada de municiones, que incluía: vidrios rotos, piedras pequeñas, restos de vasijas de cerámica, utilizándose cubiertos e instrumentos de metal y hasta cocos (frutos de mbokaja). En Piribebuy se peleó con mosquetes, armas blancas, ramas, tacuaras afiladas, botellas rotas, las mujeres utilizaron piedras y agua hirviendo, inclusive.
Se peleó hasta el último defensor dentro mismo de la Iglesia de Piribebuy, cayendo prisioneros algunos oficiales y soldados, incluso el comandante Caballero quien termina ejecutado frente a su esposa. Para culminar ese espectáculo dantesco, el hospital de sangre fue incendiado con los heridos y personal que los cuidaban adentro. Los documentos del Archivo Nacional fueron arrojados al fuego enemigo, y los que no fueron llevados por el enemigo.