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Para Sartre, la existencia precede a la esencia.
Tradicionalmente, se toma por "existencia" a las cualidades accidentales de nuestro ser, mientras que la "esencia" son las cosas que verdaderamente definen quienes somos. Por ejemplo, el color es una propiedad "existencial" del cortapapeles: puede ser cualquiera y seguirá siendo un cortapapeles. Sin embargo, el tener el cortar papeles como causa final (al menos figurativamente) es una propiedad "esencial", porque no podemos llamar cortapapeles a algo que no tenga la más remota relación con cortar papeles.
Sartre argumenta, por lo tanto, que "el Hombre no es un cortapapeles". Para Sartre (convencido ateo) el Hombre no tiene verdaderamente ninguna característica de por sí sino la suma de sus acciones. No hay Hombres inherentemente buenos o malos, hay acciones buenas o malas que nos llevarán a acercarnos más o menos a eso. Para Sartre, el Hombre es el arquitecto total de su propio destino: cuando nace, no está definido. No debe seguir una serie de pautas ni tiene un camino ni destino por seguir. Según él, el Hombre debe aceptar la dura realidad de ser abismalmente libre, y de que todo lo que le suceda o no, o haga o no, será pura y elementalmente culpa suya y lo definirá como persona.