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Era la noche de hogar y todos tenían algo que hacer , salvo Thomas. Esa semana era su turno de compartir su testimonio y se sentía un poco avergonzado. Thomas ya había compartido su testimonio antes, pero hacía mucho tiempo y no se acordaba muy bien de lo que tenía que decir. De modo que cuando terminó la primera canción y se hizo la oración, Thomas frunció el ceño.
Thomas se asomó por la ventana y miró el árbol, deseando que de alguna manera le dijera lo que debía hacer. El papá se sentó junto a Thomas y le preguntó qué le pasaba. «No sé lo que es un testimonio», dijo Thomas en voz baja. «Bueno, yo te puedo ayudar», le dijo el papá.
Pero Thomas no se sentía preparado. Más tarde, esa misma noche, Thomas se sentó en la cama con el Libro de Mormón. «¡Éste es bien largo!», susurró Thomas. Justo antes de que Thomas apagara la luz, su papá entró para darle las buenas noches.
«Thomas, ¿sabes lo que acabas de decir?», le preguntó el papá con una sonrisa. «¡Has compartido tu testimonio!». «¿De veras?», preguntó Thomas. «Cuando hablaste en cuanto a la oración y cómo te ayudó, ése es un testimonio de la oración».
Thomas se quedó boquiabierto. Pensó en todas las veces que la gente le había enseñado sobre el testimonio. Thomas se sentía tan bien que quería echarse a reír. Le dio un abrazo a su papá.
«¡Lo hice!», dijo Thomas. «Creo que es una idea genial», le dijo el papá. Cuando el papá salió de la habitación, Thomas pensó en todo lo que había sucedido ese día. Pero en ese momento lo que más agradecía era su testimonio.