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Cerca de la ciudad de Bogotá, en Colombia, se encuentra una cascada de agua que ha servido de tumba a decenas de suicidas, que durante la primera mitad del siglo XX, saltaban a sus aguas en búsqueda de la muerte: El Salto Tequendama.
Cuentan los cronistas de la época, que durante los años treinta, e incluso hoy en día, suicidas de Bogotá y otras regiones cercanas emprendían el viaje hasta la orilla de esta catarata de agua, para descender en caída libre los 156 metros de altura que tiene esta caída de agua.
Los pobladores creen que la razón por la que los suicidas escogían el Salto de Tequendama es porque su geografía aseguraba la muerte definitiva, y la desaparición total del cadáver, pues su rescate era algo impensable.
SUICIDIOS INEXPLICABLESOtros, en cambio, creen que el lugar atrae extrañamente a la gente, y los impulsa a saltar en él. Al menos así piensan algunos, quienes aseguran que existe más de un historia de personas que se encontraban tranquilas caminando por la zona, y sin ninguna explicación, de improviso, corrieron hasta la orilla y saltaron al vacío.
Un ejemplo de esto es el caso recogido por el medio colombiano El Tiempo, el 27 de enero de 1941, que cuenta la crónica de un ex policía de nombre José Suárez, quien llevó a su novia a pasear por el Salto, pues éste –más allá de la fama dada por los suicidas- era punto de encuentro cultural de los bogotanos de principios de siglo XX.
La crónica cuenta que mientras caminaban, Suárez se detuvo en seco, beso a su novia, Isabel Vargas, subió a una roca, metió un mensaje en su sombrero y saltó a otra vida.
La mujer – prosigue el relato de ese diario- ante la desesperación quiso seguir a su amado. No obstante, la policía logró de tenerla.
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