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El proyecto inició su andadura en 1996 por iniciativa del guionista Robert Rodat y del
productor Mark Gordon. Columbia Pictures Corporation aprobó la propuesta que ambos
presentaron, y compró el guión. “Nos gustó la idea de un hombre defendiendo a su
familia, porque es poderoso y universal” –explicaba su entonces presidenta, Amy
Pascal–. La guerra es el catalizador de los sucesivos episodios que hilvanan tan efectista
trama, pues retrata con profusión de emotivas imágenes el inminente nacimiento de una
nación, aunque el escenario elegido y la tensión dramática que en él se desata respondan
al deseo de glorificar el presente de la superpotencia americana. A día de hoy, Estados
Unidos ejerce una hegemonía ilimitada tanto continental como transcontinental desde
que la Unión Soviética2
se volatilizara a principios de los noventa, pero aún debe velar
porque nadie más se adueñe de su “patio trasero”, pues los enemigos del Imperio o,
dicho de otro modo, del lobby yanqui acechan por doquier3
. El fantasma del “destino
manifiesto”4
planea ahora sobre la revolución americana, un episodio histórico que
Robert Rodat, Mark Gordon y Columbia Pictures encomendaron al director alemán
Roland Emmerich elevarlo a la categoría de mito con ayuda del libertador encarnado
por Mel Gibson, quien, por cierto, aceptó el papel por la apetitosa cifra de 25 millones
de dólares.
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Se recomienda escuchar la “Sinfonía del nuevo mundo” del comp