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1. ¿Cómo puedo ayudar a más gente?
Supongamos que quieres donar 10 euros a alguna ONG. ¿Cuál deberías escoger? ¿Una cuyo nombre te suene? ¿Alguna que esté trabajando en el terreno de catástrofe? ¿O quizás otra que trabaje en tu ciudad?
Los filósofos defensores de la corriente del "altruismo eficaz" creen que los donativos, por pequeños que sean, pueden ayudar mucho más de lo que pensamos. El filósofo australiano Peter Singer recordaba a Verne que los países en situación de pobreza extrema “viven con menos de 700 dólares al año y a menudo no tienen acceso a agua potable, sanidad básica y educación para sus hijos”. Es decir, esos 10 euros pueden llegar mucho más lejos en uno de estos países con una situación económica peor.
Además de eso, no todas las iniciativas funcionan igual. En su libro Doing Good Better, el filósofo de la Universidad de Oxford William MacAskill aconseja hacernos preguntas como las siguientes: ¿Estamos ayudando en un área que esté olvidada y, por tanto, necesitada de recursos? ¿O donamos cuando ocurre una catástrofe y, por tanto, ya hay mucha gente echando una mano?
MacAskill también aboga por tener en cuenta si hay pruebas del alcance de las acciones de la ONG. Por ejemplo y aunque suene paradójico, los programas de eliminación de lombrices intestinales son más útiles para reducir el absentismo escolar en Kenia que comprar libros de texto.
2. ¿Debo unirme a la polémica del día en Twitter?
Bien, ya has donado los 10 euros. Ahora sacas el móvil para darte una vuelta por Twitter. Como suele suceder en estos casos, a los pocos segundos ya estás enfadadísimo con alguien que ha dicho una barbaridad y tienes ganas de decirle cuatro cosas bien claras.
Aunque a lo mejor no es buena idea. Los psicólogos Paul Bloom y Matthew Jordan se preguntaban en The New York Times hace unas semanas si somos todos “torturadores inofensivos” por culpa de las redes sociales. Este apelativo hace referencia a un experimento mental que plantea Derek Parfit en Razones y personas, un libro de 1986. El filósofo, fallecido en 2017, se imagina a unos torturadores que hace años tenían que causar el máximo dolor posible a una sola persona cada uno, pero que ahora cuentan con un sistema que les exime de responsabilidad. Lo único que tienen que hacer es apretar un botón que incrementa en una milésima el dolor que siente cada uno de los mil presos.
Es decir, los torturadores pueden alegar que ellos no han causado gran diferencia en el sufrimiento de estas personas. “Si yo hubiera dejado de apretar el botón, su dolor habría pasado de 1000 a 999, así que ¿para qué iba a arriesgarme a que me despidieran?”. O, si hablamos de Twitter, si por 280 caracteres no va a cambiar gran cosa, ¿por qué voy a dejar de quedarme sin mis retuits aunque sea a costa de humillar o de insultar a alguien?
Pero, claro, en realidad no actuamos solos. No hay mucha diferencia por una sola persona, pero cada uno de los torturadores sigue siendo responsable del daño causado. Sobre todo si tenemos en cuenta que es probable que solo aprieta el botón porque cree que los otros 999 lo apretarán.
3. ¿A quién puedo votar?
Uno de los ejemplos es de que no solemos actuar solos son las elecciones. Un voto puede ayudar a marcar diferencia, por lo que hay que tomarse esta decisión con cierta responsabilidad. Por ejemplo, ¿queremos ayudar a crear una sociedad más equitativa o preferimos potenciar la libertad individual?
El filósofo estadounidense John Rawls proponía en Una teoría de la justicia (1971) que imagináramos que nos hemos reunido todos para acordar los principios fundamentales de la sociedad. Hay un pero: no sabemos cuál será nuestra posición en esta sociedad. Puede que seamos ricos o pobres, que estemos sanos o enfermos, que seamos inteligentes o más bien justitos. Ni siquiera sabemos si naceremos en España o en Somalia. Estamos bajo “el velo de la ignorancia”, en lo que Rawls llama la “posición original”.
En estas circunstancias y según Rawls, todos nos imaginaremos que corremos el riesgo de estar en una posición más desfavorable, por lo que optaremos por una sociedad que nos proteja, llegando a dos principios básicos:
1. El primero asegura libertades básicas e iguales para todos los ciudadanos, como la libertad de expresión y de religión.
2. El segundo se refiere a la igualdad social y económica. Las desigualdades solo se permiten si benefician a los miembros peor situados de la sociedad. Según Rawls, para saber si una sociedad es justa no hay que mirar la riqueza total ni cómo está distribuida. Basta con examinar la situación de quienes lo están pasando peor.