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Respuesta:
Explicación:
Tienen el mismo nombre, el mismo apellido. Ocupan la misma casa y calzan los mismos zapatos. Duermen en la misma almohada, junto a la misma mujer. Cada mañana, el espejo les devuelve la misma cara. Pero él y él no son la misma persona:
--Y yo, ¿qué tengo que ver? --dice él, hablando de él, mientras se encoge de hombros.
--Yo cumplo órdenes --dice, o dice:
--Para eso me pagan.
O dice:
--Si no lo hago yo, lo hace otro.
Que es como decir:
--Yo soy otro.
Ante el odio de la víctima, el verdugo siente estupor, y hasta una cierta sensación de injusticia: al fin y al cabo, él es un funcionario, un simple funcionario que cumple su horario y su tarea. Terminada la agotadora jornada de trabajo, el torturador se lava las manos.