• Asignatura: Castellano
  • Autor: Belen1029
  • hace 1 año

resumen de

1 EL "MURCIÉLAGO"
—¡Corre, Zezé, que vas a perder el Colegio! Estaba sentado a la mesa, tomando mi tazón de café y pan seco, y masticando todo sin ningún apuro. Como siempre, apoyaba los codos en la mesa y me quedaba mirando la hojita pegada en la pared. Gloria se ponía nerviosa y sofocada. No veía la hora en que me fuera para hacerse cargo de toda la mañana, en paz para cumplir cada uno de los trabajos de la casa. —Anda, diablito. Ni te peinaste; debías hacer como Totoca, que siempre está listo a la hora necesaria. Venía de la sala con un peine y peinaba mis pelos rubios. —¡También, este gato pelado no tiene ni qué Peinarle! Me levantaba de la silla y me examinaba todo. Si la blusa estaba limpia, lo mismo que los pantalones. —Ahora vamonos, Zezé. Totoca y yo nos poníamos a la espalda nuestras mochilas con los libros, los cuadernos y el lápiz. Nada de comida; eso quedaba para los otros chicos. Gloria apretó el fondo de mi cartera, sintió el volumen de las bolsitas con bolitas y sonrió; en la mano llevábamos las zapatillas de tenis para calzarlas cuando llegásemos al Mercado, cerca de la Escuela. Apenas alcanzábamos la calle, Totoca comenzaba a correr, dejándome caminar sólito, lentamente. Y entonces empezaba a despertarse mi diablo artero. Me gustaba que mi hermano se adelantara para poder reinar a gusto. Me fascinaba la carretera Río-San Pablo. "Murciélago." Sin duda, el "murciélago". Treparme a la parte trasera de los automóviles y sentir el camino desapareciendo a tal velocidad que el viento me castigaba, corriendo y silbando. Aquello era lo mejor del mundo. Todos nosotros lo hacíamos; Totoca me había enseñado, con mil recomendaciones, que me asegurara bien, porque los otros coches que venían atrás eran un peligro. Poco a poco aprendía a perder el miedo, y el sentido de la aventura me instigaba a buscar los "murciélagos" más difíciles. Yo era tan experto que hasta había aprovechado ya el coche de don Ladislau; solamente me faltaba el hermoso automóvil del Portugués. ¡Coche lindo, bien cuidado, era aquél! Los neumáticos siempre nuevos. Y todo de metal tan reluciente que uno se podía reflejar en él. La bocina daba gusto: era un mugido ronco, como si fuese el de una vaca en el campo. Y él pasaba estirado, dueño de toda esa belleza, con la cara más severa del mundo. Nadie se atrevía a trepar sobre su rueda trasera. Decían que pegaba, mataba y amenazaba capar al intruso antes de matarlo. Ningún chico de la escuela se atrevía, o se había atrevido hasta ahora. Cuando estaba conversando sobre eso con Minguito, me preguntó. —¿Nadie, de veras, Zezé? —Seguro, nadie. Ninguno tiene coraje. Sentí que Minguito se estaba riendo, casi adivinando lo que yo pensaba en ese momento. —¿Y tú estás loco por hacerlo, no? —Estar. . . estoy. Pero me parece que... —¿Qué es lo que piensas? ' Ahí el que se había reído era yo. —A ver, di. —¡Eres curioso como el diablo! —Siempre acabas contándome todo; no aguantas. —¿Sabes una cosa, Minguito? Yo salgo de casa a las siete, ¿no? Cuando llego a la esquina son las siete y cinco. Bueno, a las siete y diez el Portugués detiene el coche en la esquina del cafetín del "Miseria y Hambre" y se compra un paquete de cigarrillos... Un día de estos cobro coraje, espero hasta que él suba al coche, y ¡zas!... —No tienes coraje para eso. —¿Que no tengo? Ya vas a ver, Minguito. Ahora mi corazón estaba dando saltos. El coche detenido; él bajaba. El desafío de Minguito se mezclaba a mi miedo y mi coraje; no quería ir, pero una pequeña vanidad empujaba mis pasos. Di vueltas al bar y me quedé medio escondido contra la pared. Aproveché para meter las zapatillas dentro de la cartera. El corazón saltaba tan fuerte que tenía miedo de que sus golpes se escuchasen dentro del bar; salió sin haberme notado siquiera. Oí que la puerta se abría... —¡Ahora o nunca, Minguito! De un salto estaba pegado a la rueda, con todas las fuerzas que me había dado el miedo. Sabía que hasta la escuela la distancia era enorme. Ya comenzaba a pregustar mi victoria ante los ojos de mi compañero... —¡Ay! Di un grito tan grande y agudo que la gente salió a la puerta del café para ver quién había sido atropellado Yo estaba colgado a medio metro del suelo, balanceándome, balanceándome. Mis orejas ardían como brasas. Algo había fallado en mis planes. Me había olvidado de escuchar, en mi confusión, el ruido del motor en funcionamiento. La cara severa del Portugués parecía estarlo más aún. Sus ojos despedían llamaradas. —Entonces, mocoso atrevido, ¿eras tú? ¡Un mocoso de ésos con semejante atrevimiento!. . . Dejó que mis pies se apoyaran en el suelo. Soltó una de mis orejas y con un brazo gordo me amenazaba el rostro. —¿Te piensas, mocoso, que no te he estado observando todos los días espiar mi coche? Voy a darte un correctivo y no tendrás nunca más ganas de repetir lo que hiciste. La humillación me dolía más que el propio dolor. Solo tenía ganas de vomitar una serie de malas palabras sobre el​

Respuestas

Respuesta dada por: josebarbesano
1

Respuesta:

enque te puedo ayudar amigos dime


Belen1029: nesesito sacar el resumen de ese texto
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