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Respuesta:«El extraño fútbol de los mayas» de Luis
Gruss
Cuando los antiguos mayas eran libres, honraban a sus dioses jugando al fútbol hasta morir.
A Chichén Itzá, Tulum y otras ciudades llegaban los equipos seleccionados entre los mejores
representantes de la raza. Cuerpos bien formados y lujosamente ataviados se medían en
certámenes que a veces duraban semanas enteras. El juego de pelota, como lo llamaban, tenía
poco que ver en realidad con el fútbol actual. El balón, confeccionado con hule macizo, era
extraordinariamente pesado. Los jugadores —que la multitud alentaba con murmullos tan
suaves como la brisa de Cancún— corrían por el campo haciendo gala de una extrema
precisión y rapidez. Las estrictas reglas fijadas por los sacerdotes les impedían tocar la pelota
con las manos; sólo podían impulsarla con golpes de cadera, piernas y brazos. Pero lo más
extraño de todo era el trágico desenlace de los partidos. Porque debido a que el juego era
considerado una ceremonia esencialmente religiosa, el equipo ganador resultaba premiado
con la decapitación inmediata de todos sus integrantes. La sangre derramada de estos
inigualables deportistas servía entre otras cosas para aplacar el enojo de los dioses y fertilizar
la tierra, un privilegio que ninguno de los elegidos osaba despreciar. Los perdedores, en
cambio, compensaban esa terrible humillación con la posibilidad de retornar a sus aldeas
junto a sus hijos y mujeres, cantando alabanzas al maíz y a las doradas manzanas del sol.
Cambiaban el sacrificio heroico y triunfal por una vida sin gloria. Hoy resulta demasiado
fácil deducir que, a veces, perder es casi la única manera de ganar.