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Érase una vez un niño normal y corriente, o a lo mejor no tan normal, porque tenía pocos amigos y estaba un poquito alejado de los demás niños.
Una mañana sus compañeros de clase se dieron cuenta de que ahora no quería jugar y estaba muy alejado de sus amigos, se aislaba en su mundo y no quería compartir juegos y actividades con el resto de los niños.
Su madre le llevó al médico para saber qué le ocurría. Este pidió que ingresara unos días en el hospital para observarle y ver que le pasaba. Le detectó un problema de salud mental. Como el niño no sabía lo que era le explicaron que tendría una vida igual que el resto de los demás niños, pero que tendría que tomar una medicación e ir al psicólogo. El médico le recetó unas pastillas, pero el niño no quiso tomarlas ni ir al psicólogo, porque creía que le iban a discriminar.
Este fue empeorando y empeorando, y su madre le dijo: — Si no te tomas la medicina y vas al psicólogo no te curarás y seguirás empeorando—.
Después de días en los que con mucha paciencia y cariño fueron animandole, el niño empezó a tomarse las pastillas y a ir al psicólogo y mejoró, y no solo eso, si no que ahora tiene muchos amigos.