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Respuesta:
Espero que te ayude, no olvides ponerme coronita va
Explicación:
En el campo de la filosofía de la biología, la expresión ‘naturalización’ padece de una ambigüedad que merece algún cuidado. Una forma de usarla tiene que ver con la propia autocomprensión de la disciplina: en algunos contextos, y de una forma muchas veces implícita e insuficientemente justificada, tiende a darse por obvio que la filosofía de la biología asume una perspectiva que estaría en consonancia con la naturalización de la epistemología propuesta por Quine. Ahí, entonces, el término naturalización es usado en sentido meta-epistemológico. Es más común, sin embargo, hablar de naturalización en sentido meta-teórico o meta-científico. En tales casos, la expresión es usada para caracterizar el resultado, o el objetivo, de ciertos logros o emprendimientos explicativos de las ciencias biológicas. En este sentido, la explicación del diseño biológico operada por la teoría de la selección natural sería una ‘naturalización de la teleología’. A partir de Darwin, esa adecuación de estructura y función que es tan notoria en los seres vivos, y que las ciencias de la vida no podían dejar de reconocer pero que hasta entonces no habían conseguido explicar, pudo ser considerada como el resultado no accidental de un proceso natural. Fue así como la tentación de aprovechar esa dificultad para buscar una salida por el lado de lo sobrenatural quedaba definitivamente desechada. Ahora bien, ese segundo modo de hablar de naturalización plantea algunos problemas. Con toda justicia, si puede decirse que la explicación darwinista del diseño biológico es una naturalización de la teleología orgánica, también puede decirse que una explicación neurofisiológica de algún proceso cognitivo constituye una naturalización del pensamiento, y que una explicación de la evolución de nuestras categorías cognitivas constituye una naturalización del conocimiento. Es entonces posible decir otro tanto respecto de una explicación evolutiva de esas pautas comportamentales y emotivas que serían los inevitables cimientos de nuestra sociabilidad y de nuestra moralidad. Ahí podría hablarse de una naturalización de nuestra sociabilidad y de nuestra moralidad, y con ello querría decirse que las pautas que rigen nuestro comportamiento social, y definen lo que aceptamos como correcto o bueno, son (en mayor o menor grado) un producto de la evolución de nuestro linaje. Y valdría lo mismo en el caso de las pautas que rigen nuestro sentido de lo bello y de lo agradable. Lo que no está tan claro, por supuesto, es hasta dónde puede llegar esa explicación de nuestra sociabilidad, de nuestra moralidad, y de nuestro gusto. Ni tampoco está claro hasta dónde el conocimiento de la evolución de nuestras facultades cognitivas, pautas comportamentales, y emotividad, puede realmente incidir en nuestras reflexiones epistemológicas, éticas, estéticas y políticas. Saber que nuestro cerebro está organizado de forma tal que ciertas geometrías le resultan más accesibles que otras, en nada va cambiar el modo
de construir las demostraciones geométricas, aunque saber eso sí puede
ser relevante en el momento de organizar la didáctica de la geometría.
Como tampoco se dirime una discusión epistemológica sobre la naturaleza de las explicaciones causales en virtud de consideraciones sobre la
ontogenia o la filogenia de la noción de causalidad, aunque dichas consideraciones también puedan útiles en la didáctica de la ciencia.