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Història Moderna
Política y estado en el siglo XVIII –
Durante el siglo XVIII se desarrollaron los conceptos políticos y la idea de Estado. Éste constituye, por tanto, un período de formación de una nueva concepción de la política ya que, por ejemplo, si bien en 1700 los europeos eran súbditos de gobiernos hereditarios, a finales de siglo la tumba del rey Sol había sido profanada. Sin embargo, aunque estas nuevas tendencias fueran cambiando la concepción de la política, la mayoría de Estados europeos (excepto Francia y Polonia) mantuvieron los mismos sistemas que utilizaron durante el siglo XVII.
La relación entre el monarca y el súbdito experimentó un cambio progresivo en esta época: se empezó a concebir como un contrato de gobierno: a cambio de obediencia, el monarca se preocupaba por el bienestar de los súbditos.
Los estados europeos del momento pueden dividirse en tres grandes tipos, aunque cada estado tuviera sus particularidades: las monarquías, las repúblicas y los despotismos. El continente estaba básicamente dominado por monarcas absolutos (príncipes hereditarios) que, aunque defendían que su soberanía provenía de Dios, en realidad estaban más o menos controlados por algunas instituciones corporativas, sobretodo en los países donde había parlamentos nacionales, porque existía una conciencia por parte de las elites, educadas según Aristóteles y Montesquieu, de que la monarquía podía degenerar en despotismo (como ocurría con los sultanes otomanos o los zares y zarinas rusos).
La república era el otro tipo de régimen político presente en la Europa del siglo XVIII. A excepción de Venecia y la República Holandesa, que tenían importancia internacional, las repúblicas europeas constituían pequeñas ciudades-estado casi siempre gobernadas por una oligarquía.
En esta variedad de sistemas, sin embargo, no se incluía la democracia, que era vista por los teóricos de la época como imposible, siendo consideradas utópicas las ideas de aquellos pocos que la defendían (como Rousseau o el marqués d’Argenson).
En lo que se refiere a la alta política en los estados monárquicos, cabe destacar en primer lugar que la guerra era la principal actividad real (hasta el punto de que algunos reyes llegaron a admitir que perseguían su propia gloria personal). Las causas tradicionales de la guerra eran los asuntos dinásticos (como en las guerras de sucesión española, polaca y austriaca) y, sobretodo, la política exterior y la religión (como las campañas contra los jesuitas).
El monarca, aunque en ocasiones delegara su poder, era la figura central del proceso político, y por ello para actuar era imprescindible ganarse su favor en la corte. De esta forma se desarrolló una cultura cortesana que llevó a la lucha constante para obtener el acceso al monarca (mediante facciones, ya que a nivel individual era muy difícil). Tener contacto con el rey era señal de poder y riqueza, y es por este motivo que muchos aristócratas aceptaban incluso realizar tareas poco prestigiosas sólo para estar cerca del rey. Además, la oposición al soberano comportaba represalias severas: desde el arresto y la tortura hasta el exilio (reservado a ministros, cortesanos y miembros de los parlamentos) o la ejecución.
El valor de los Parlamentos se hizo un poco más visible durante este siglo gracias a los éxitos económicos de Gran Bretaña. Su sistema parlamentario no tenía precedentes, aunque todavía estaba lejos de ser democrático y representaba a una elite social. Si bien es cierto que existía la corrupción (se sabe que se compraban algunos escaños), también lo es que el debate político que se estableció era muy rico. Durante las campañas electorales se crearon comités electorales, con lo que las elecciones suponían una diversión para la sociedad. Además, durante esta época se empezó a tomar una visión de la política como carrera (ya que antes sólo solía hacerse por motivos personales o cuestiones de honor familiar). Los partidos políticos, sin embargo, no tenían gran peso para controlar los gobiernos porque se daba mucha importancia a las cuestiones locales, y éstas determinaban, en muchas ocasiones, los resultados electorales.