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El jefe supremo del Imperio Bizantino era el emperador (basileus), que dirigía el ejército y la administración. Cada emperador tenía la potestad de elegir a su sucesor, al que asociaba a las tareas de gobierno confiriéndole el título de césar.
El poder del emperador bizantino o basileus como comenzó a llamarse, fue teocrático, es decir, concentraba los tres poderes públicos y además era jefe supremo del Ejército y jefe de la Iglesia. Sus apariciones públicas siempre estaban acompañadas de gran lujo y majestuosidad, lo que provocaba la admiración de los embajadores extranjeros. De esta forma, se acentuaba su poder autocrático, es decir, absoluto. Con el correr de los siglos, el título de emperador se convirtió en hereditario. Para una mejor administración del imperio, el emperador contaba con una amplia administración pública, caracterizada por una marcada división de funciones y un orden jerárquico y centralizado en la autoridad del emperador.
El poder del emperador bizantino o basileus como comenzó a llamarse, fue teocrático, es decir, concentraba los tres poderes públicos y además era jefe supremo del Ejército y jefe de la Iglesia. Sus apariciones públicas siempre estaban acompañadas de gran lujo y majestuosidad, lo que provocaba la admiración de los embajadores extranjeros. De esta forma, se acentuaba su poder autocrático, es decir, absoluto. Con el correr de los siglos, el título de emperador se convirtió en hereditario. Para una mejor administración del imperio, el emperador contaba con una amplia administración pública, caracterizada por una marcada división de funciones y un orden jerárquico y centralizado en la autoridad del emperador.
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