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La obra del doctor Alfredo de la Lama, Economía mundial. De la Revolución Industrial a la Primera Guerra Mundial, da cuenta de los principales procesos económicos que transformaron las relaciones sociales de producción y del desarrollo de éstas, las cuales terminarían por establecerse en todo el mundo. Es decir, es la historia —vista desde la economía— de un modo específico de producción: el capitalista. Esta empresa no es, desde luego, una tarea fácil, pues el modo de producción capitalista no sólo es el modo de producción vigente hasta nuestros días, sino una relación social que, por primera vez, se extiende a todos los rincones del planeta. Esto exige, por un lado, la toma de postura ante estas relaciones sociales —que nos ha tocado vivir y sufrir— y, por el otro, una visión totalizadora que describa y explique los procesos económicos mundiales, los cuales son la gestación del capitalismo, el cambio de las estructuras tradicionales, la lucha por la hegemonía, el uso de la fuerza, la utilización de la técnica, el desarrollo de la ciencia y el estudio de los cuerpos teóricos los cuales revolucionaron la ciencia económica.
La virtud del libro es aún mayor en la medida en que se describe y, no pocas veces, da cuenta explicativa de esta realidad compleja en una forma clara y con un lenguaje sencillo, lo que permite al no especializado acercarse a estos temas y tener una visión de conjunto. No por esta característica —es decir, que la obra no esté destinada a ser leída exclusivamente por especialistas en el tema— se sacrifica rigurosidad en la exposición; por el contrario, existe en el texto una extraordinaria precisión y consistencia categorial, y la fundamentación de los fenómenos está ilustrada mediante una serie de cuadros estadísticos, gráficas e imágenes, que no sólo dan sustento a las afirmaciones planteadas, sino además describen y ejemplifican los cambios experimentados durante el periodo estudiado.
Otro punto que me parece pertinente resaltar es la exposición. Para describir los antecedentes y desarrollo de la Revolución Industrial, el autor hace generalizaciones que detallan la realidad económica europea, destacando las particularidades y especificidades entre países, las cuales explican los diferentes destinos que sufrieron. Se ilustra, por ejemplo, el paso del capitalismo comercial al capitalismo industrial en Inglaterra —país vanguardista en su proceso de industrialización—, que marcó el camino a seguir a un conjunto de países europeos, los cuales tenían condiciones distintas. Esto ilustra lo ocurrido en Europa en su conjunto y la posición que desempeñaron los distintos países.
EEn el libro se tratan estos planteamientos —los cuales, entre otras cosas, revolucionaron la ciencia económica— sin anacronismos, es decir, reconociendo el valor y la función histórica de las doctrinas mencionadas, y no evaluándolas como si se hubiesen desarrollado a posteriori o con los elementos actuales que no estaban presentes en aquella época. Después de esto, se elabora la crítica y las limitaciones de estos cuerpos teóricos, así como la función que terminarían adoptando, en el sentido de dar sustento y argumentos científicos para el mantenimiento del —en ese entonces— nuevo orden económico.
Se destaca de los economistas liberales (tanto de los fisiócratas como de Adam Smith), el esfuerzo por explicar los determinantes y las limitaciones de esta sociedad, y la construcción de categorías explicativas de la realidad económica —como la determinación del valor y la construcción del precio natural en Smith—, reconociendo al mismo tiempo que, en palabras del autor:
[...] pese a las críticas que se les pueden hacer a estos apóstoles del libre cambio [...] el papel que les tocó desempeñar fue revolucionario, en la medida en que dieron argumentos científicos e ideológicos necesarios para luchar en contra de los vestigios feudales que aún persistían.
La crítica se hace desde lo más profundo, es decir, señalando cómo estas teorías formularon leyes de relaciones de intercambio y producción —esto es, de relaciones sociales— como si de leyes naturales se tratase, estableciéndolas como inmutables y transhistóricas, lo cual no sólo significaba la inevitabilidad de su operación (hablamos de leyes que rigen las relaciones sociales) sino también la imposibilidad de su transformación. Si estas leyes, eran el resultado de la esencia propia del ser humano —egoísta, según Smith— y de las relaciones sociales —como la formación de un precio natural—, no había forma de escapar de ellas, por lo que tambien era inconveniente intentarlo, pues la búsqueda del interés individual devenía mecánicamente en el interés común, atribuyéndole, por primera vez en la historia, a esta instancia impersonal que denominamos mercado, el papel de regulador inmejorable de la producción, la distribución y el consumo.
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