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Respuesta:
Uno solo
Adriano, un niño huérfano, amante de la naturaleza, con unos ojos color caramelo que resaltaba en todo
su aspecto, piel sensible y cabello castaño desordenado. Era el simpático en todo su pueblo, todos lo
amaban y sentían pena hacia él, pues a los tres años de edad su madre, quien de aún se desconoce sus
rasgos físicos y nombre, lo dejó abandonado cerca de un río, tapado con sábanas muy delgadas y sucias.
Si no fuera por aquellas jovencitas de veintiún años, aproximadamente, la vida de aquella wawita solo
serían desgracias, y sí, muchos, si no es por decir todos, pensaron que era una linda niña, la piel tan
hermosa corresponde a una dama, dijeron, esos ojos color caramelo son de niña, dijeron. Por muchos
años el pequeño Adriano recibió muchos comentarios negativos por parte de su “familia”, como él lo decía,
no sabía distinguir la maldad de lo pacífico, para él, todos eran su familia, pobre niño...
Pasaron dos años, las niñas suspiraban cada vez que Adriano pasaba, los niños querían ser sus amigos,
cada día en San Valentín recibía montonales de cartas escritas a mano, perfumadas y con amor. Su
personalidad era lo más precioso que pudiera existir, era cariñoso, amable, sincero, valiente y misterioso.
Nadie sabía lo que hacía en las tardes, siempre desaparecía, ¿Por qué?, aún no sabemos.
- ¿Cómo pude haber llegado tan tarde?, ¡Discúlpenme, por favor! – dijo aquel castaño, las manos le
sudaban, el olor de la comida se impregnó en su blanca camisa.
- No te preocupes Adriano, no era obligatorio que vinieras – una voz dulce respondió a las súplicas del
niño.
- Gracias por cuidarlos Milenka, te quiero un millón – agradeció un poco avergonzado.
- Yo también te quiero un millón Adriano – dijo la pelinegra para posteriormente retirarse.
- Mis niños, ¡ya vengan! – dijo mientras se acercaba a los pequeños cachorritos que temblaban de frio.
Con las justas los cachorritos fueron saltando y tropezándose con cada paso que daban, sus pequeñas
colitas se movieron tan rápido, la felicidad no cabía en ellos, ambos se sentían en casa. Un gran
apasionado y un gran necesitado de amor, eran la dupla perfecta.
La merienda brindada por parte del “niño” Adriano ayudó mucho a los cachorritos, un trozo de carne y otro
de arroz llenaron sus reducidos estomaguitos.
Pasaron los días y así las semanas, aquellos cachorritos no sobrevivieron por mucho tiempo, necesitaban
más cuidados, cosa a la que Adriano no tenía acceso, el sentimiento de culpa carcomía su alma, se sentía
tan preocupado de que vuelva a pasar.
El amor hacia los animales, la naturaleza, la familia incrementó bastante, tenía que seguir protegiendo a su
familia, y aun que existan personas que solo querían estar con él por pena o simplemente envidia, en el
corazón de Adriano no existía el odio ni rencor. Un “niño” que vivía solo, que se crio prácticamente solo,
debido a que las muchachas que lo ayudaron de bebé no podían quedarse con él, solo fue algo efímero.
En las madrugadas salía al campo a plantar pequeñas flores junto con Don Julio, a pesar de todo, Adriano
sabía que siempre podía contar con sus amigos y madre naturaleza, pues si no fuera por el cuidado que le
brindó madre naturaleza, del futuro de Adriano ni sabríamos, pues ella permitió que se las muchachas y la
wawita cruzaran caminos, permitió que su verdadera familia siempre estuviera con él, que ambos se
ayudaran, ella le daba a sus bebés, él las cuidaba y madre naturaleza hacía que la familia de Adriano se
cada vez más grande, amorosa y verdadera.