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Desde todas las ciencias de las religiones, se ha buscado una interpretación para comprender la necesidad del hombre de relacionarse con lo sagrado en todos los momentos de la historia conocida, del reconocimiento de una realidad exterior a él que influye en su vida.
Siente esa realidad exterior como “el absolutamente otro”, siendo ese otro, bien poder, bien realidad absoluta, bien persona, etc., dependiendo de las circunstancias de cada sociedad. Esa fuerza exterior es superior y responde a sus aspiraciones, creando símbolos y rituales para asegurarse la intervención divina, llamada hierofanía.
Para su propia explicación ha recurrido a la magia, sometiendo lo divino al hombre, al panteísmo, al panenteísmo o al monismo, situaciones pasadas asociadas a sociedades incultas, pero presentes hoy en la civilización occidental. Los cristianos consideran la Encarnación realizada en Jesucristo la hierofanía más sublime conocida en la historia. Dios hecho hombre es lo que se conmemora en la Encarnación.
La cantidad de folclore religioso, de tradiciones populares, de prácticas mágicas, de supersticiones, de ritos y celebraciones, etc., dan evidencia de que el hombre en todos los tiempos ha necesitado comunicarse con lo sagrado, se ha asombrado, lo ha temido, ha ideado recursos para ponerse en contacto con Él. La pregunta es qué producen todas esas manifestaciones en el hombre, qué significado tienen para él, y cómo lo interpreta. González de Cardedal (2011d) afirma que sociólogos recientes como N. Luhmann, J. Habermas o U. Beck aluden a la recuperación de la religión en una sociedad plenamente secular, dentro de la cual podría cumplir ciertas funciones como:
1. Complemento de sentido tanto para la vida personal como para la interpretación del todo.
2. Aportación de recursos para superar la angustia-finitud.
3. Capacidad de crear lazos comunitarios.
4. Generación de consuelo y esperanza más allá de la inmediatez.
5. Ritualización estética de la vida.
6. Motivaciones para el obrar moral.
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