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Respuesta:Hacia el año 2000 se establecía que el número de democracias —en países con más de un millón de habitantes— que pervivían en ese momento era de 69, la mayoría de las cuales —58%— había instaurado régimen democrático a partir de 1974 (Colomer, 2001: 233 y 238-241), dentro de lo que se ha dado en llamar tercera ola de democratización. El Freedom in the World Country Ratings2 del año 2002 establecía que, sobre un total de 191, 52 países eran not free,* es decir, 27% del conjunto de países considerados eran calificados de dicha forma. Por el contrario, para ese mismo año, 85 países (44%), eran caracterizados de free, quedando los restantes 28% incluidos dentro de la categoría de partly free.
Sin entrar en consideraciones sobre las opciones de perdurabilidad, estabilidad, inclusividad y calidad de muchos de estos nuevos regímenes, lo cierto es que todos ellos pueden ser incluidos dentro del tipo democrático representativo, al menos desde la perspectiva minimalista. Con mayor insistencia como consecuencia de la caída del muro de Berlín, la democracia se ha ido dotando de un plus de legitimidad. Ciertamente no todos los regímenes democráticos que —como por ejemplo lo hace el Freedom in the World Country Ratings— podemos contabilizar en la actualidad son iguales. No lo son en sus diseños institucionales ni en el desarrollo de los valores que los sustentan. No es de esto de lo que van a tratar las siguientes páginas.
La democracia representativa contemporánea es resultado de la evolución desde un modelo concebido por oposición a la democracia griega (Manin, 1998; Sánchez y Lledó, 2002; Léfort, 1991; Rivero, 1998; García, 1998). Se ha señalado que "la historia del concepto de democracia es curiosa; la historia de las democracias es enigmática" (Held, 1996: 15). La democracia representativa, como construcción genérica, ha experimentado una serie de transformaciones, resultado del devenir histórico, que han afectado elementos fundamentales de la misma y, por tanto, la manera en que se ha producido la representación política. En ese proceso, sin embargo, determinadas características definitorias de la misma se han mantenido, si bien su manifestación se ha modificado a lo largo de las diferentes fases de tal tipo de democracia. Algunas de ellas serían la elección de los gobernantes por los gobernados; la existencia de un cierto margen de maniobra de los representantes en el ejercicio de su función; la libertad de expresión y la formación de la opinión pública, y el hecho de que las decisiones se alcancen mediante debate y deliberación (Manin, 1998: 237-238). A estos elementos pueden añadirse otros distintivos, tales como la existencia de una división de competencias entre los diferentes poderes del Estado (Przeworski, 1998: 9-44).
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