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El desarrollo de la Humanidad ha estado ligado a la capacidad de ingeniar y utilizar tecnologías vinculadas al agua: tecnologías de extracción, acumulación, distribución, eliminación y depuración de aguas residuales, sistemas optimizados de riego, sistemas de contención de aguas, mecanismos de desalación de agua marina, obtención de alimentos mediante acuicultura, obtención de energía eléctrica en saltos hidráulicos, etc. El aumento de la población y la mejora de las condiciones de vida de una gran parte de ésta han disparado la demanda de recursos hídricos requeridos para las actividades industriales, agropecuarias o turísticas y para el consumo doméstico. Sin embargo, el acceso a los recursos hídricos es muy desigual. Por ejemplo, en EE.UU. se consumen 575 litros por habitante y día, mientras que hay un buen número de países en los que consumo medio es inferior a unas pocas decenas de litros por día, por debajo de los límites que aseguran la supervivencia. En la actualidad más de cuatro mil millones de personas tienen problemas cotidianos para acceder a este recurso, y más de mil millones viven en condiciones de claro “déficit hídrico”. Sobre esta situación se debe añadir un nuevo ingrediente perturbador: las modificaciones en el régimen de precipitaciones y la ampliación de zonas desérticas consecuencia del inexorable cambio climático.