• Asignatura: Religión
  • Autor: sararamirez19
  • hace 2 años

pliss un testimonio de la oración católica​

Respuestas

Respuesta dada por: lueze2007
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Respuesta:

Explicación:

‘Dime cuánto rezas y te diré cuánto crees”

El Catecismo de la Iglesia dedica un extenso apartado para hablar de la Oración Cristiana (Cuarta Parte: nn. 2558-2565), vale la pena realmente meditar sobre esa síntesis de la Lex orandi, en la que se nos presenta a Jesús como el modelo perfecto de orante. Aquí destacaremos un aspecto de la oración, como testimonio de fe y humildad, esencial en la vida espiritual de todo cristiano, teniendo como base la enseñanza oficial de la Iglesia recogida en el Catecismo.

¿Qué es la oración? El Catecismo recoge una bella definición tomada de San Juan Damasceno: “La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes.”(n. 2559). La oración no es solamente una acción del creyente que se dirige a Dios, es sobre todo un don de Dios, un impulso o moción del Espíritu Santo, como bien señala el Apóstol Pablo: “Nadie puede decir ‘Jesús es el Señor’ si no es guiado por el Espíritu Santo” (1Cor 12, 3). La oración es, por tanto, un dejarse guiar por el Espíritu Santo, es Él quien nos conduce, “es el Maestro interior de la oración cristiana” (n. 2672). Hay muchos que ignoran que “la oración viene también del Espíritu Santo y no solamente de ellos.” (n. 2726). San Pablo nos dice que no sabemos cómo pedir a Dios (oración de petición), pero es el Espíritu Santo quien viene en nuestro auxilio, es él quien intercede por nosotros (Cf., Rm 8, 26). Ciertamente, Dios sabe lo que necesitamos antes que se lo pidamos (Cf., Mt 6, 8), “pero espera nuestra petición porque la dignidad de sus hijos está en su libertad.” (n. 2736). Jesús no dice: “pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen a la puerta y les abrirán” (Mt 7, 7); “todo lo que pidan en la oración crean que ya lo han recibido y lo tendrán” (Mc 11, 24); “todo es posible para el que cree” (Mc 9, 23). La oración, nos enseña el Catecismo de la Iglesia, “está dirigida principalmente al Padre; igualmente se dirige a Jesús…” (n. 2680). Cristo es el único camino de oración para llegar al Padre. “La santa humanidad de Jesús es, pues, el camino por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre” (n. 2670). Jesús dice a sus discípulos: “Todo lo que pidan al Padre en mi nombre, Él se lo dará.” (Jn 16, 23).

El que ora da testimonio de su fe. En efecto: orar implica reconocer nuestra condición creatural, estar necesitados de Dios; supone reconocer la existencia de un Dios que nos escucha y atiende nuestras súplicas, de lo contrario no tendría ningún sentido orar. ¿Para qué orar si nadie nos escucha? La oración, por tanto, es como un termómetro de nuestra fe: oramos porque creemos; si no oramos es, en el fondo, porque se ha enfriado nuestra fe o hemos dejado de creer. Así como la fe, según el Apóstol Santiago, se demuestra con obras, por la manera de actuar (Cf., Stg 2, 14 ss), podemos decir también que nuestra fe se mide por nuestra oración, pues la oración es una manera de actuar frente a Dios. Se podría aplicar la siguiente regla “dime cuánto rezas y te diré cuánto crees”. Sin oración no hay vida cristiana, sin oración es imposible crecer en la vida espiritual. No hay excusa que valga para no orar. La oración es tan necesaria al espíritu como el aire a nuestro organismo. La oración es una necesidad vital.

Jesús nos invita insistentemente a orar en todo momento, orar sin desanimarnos. Dos parábolas de San Lucas: La parábola del amigo inoportuno (Cf., Lc 11, 5-13) y la parábola de la viuda inoportuna (Cf., Lc 18, 1-8), destacan la necesidad de perseverar en la oración, con la certeza de que el Señor atenderá nuestras súplicas. San Pablo también nos exhorta a orar sin cesar y “en toda ocasión dar gracias a Dios” (1Tes 5, 18). Dios, ciertamente nos dará lo que más nos conviene para nuestro bien; nosotros podemos equivocarnos pensando que lo que pedimos a Dios es lo mejor; Dios, en cambio, en su infinita sabiduría y bondad, sabe exactamente qué es lo que realmente nos conviene, por ello debemos siempre abandonarnos en los brazos de Dios, diciendo finalmente: “Hágase tu voluntad”, tal como rezamos en el Padre Nuestro, modelo de oración para el cristiano. Imitemos a Jesús quien en Getsemaní oraba diciendo: “Padre, si quieres, aparta de mí esta prueba, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22, 42). La Virgen Santísima, con su fiat (¡Hágase!), es también un preclaro ejemplo de abandono en las manos de Dios: “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).

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