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Para mí, el concepto de verdad es el punto medio dialéctico entre todas las opiniones subjetivas que existen sobre el mundo. Es decir, a la hora de llamar a una silla “silla” tuvimos que definir lingüísticamente el objeto, ponernos de acuerdo en las características menos discutibles del mismo (tiene cuatro patas, sirve para sentarse), y decidir que, cada vez que viésemos algo con características similares, lo íbamos a llamar “silla”. A partir de ahí surgen los adjetivos, para especificar las características de ese objeto concreto de cuatro patas que sirve para sentarse.
¿Por qué hago esta digresión? Porque cuando hablamos de “decir la verdad”, en realidad estamos poniendo en común perspectivas subjetivas. El periodista, por ejemplo, está llamado a la objetividad, y llega a ella a través de un contraste extenso de fuentes, de buscar el punto en común entre perspectivas opuestas, para así acercarse lo máximo posible a la verdad.
Pero la verdad no existe.
Es algo que nos cuesta entender, porque nos hemos criado en un mundo industrial que valoraba el objetivismo por encima de todo. Hoy en día, en esta era post-industrial que vivimos, el subjetivismo prima sobre todas las cosas, y se reconoce que la perspectiva de cada uno distorsiona la realidad.
Por eso, a la hora de acercarnos a la verdad, debemos hacerlo de la misma manera que nos acercamos a una silla: buscar los elementos mínimos comunes sobre los cuales no se pueda discutir, y dialogar a partir de ahí acercando perspectivas opuestas.