• Asignatura: Historia
  • Autor: adornobenicioariel
  • hace 2 años

como fue la conquista de jerusalen por los babiloniticos​

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Respuesta dada por: socarrassamuel704
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La ocupación cristiana de Jerusalén el 15 de julio de 1099 supuso la culminación de un amplio operativo militar en el litoral sirio-palestino. Fue el colofón de la primera de las ocho cruzadas importantes que se desarrollaron en Oriente Próximo durante la Edad Media. Para llegar a las puertas de la ciudad santa hizo falta un coraje extremo. Hubo que atravesar batallando kilómetros y kilómetros de territorio hostil, dominado por dos agresivas dinastías musulmanas, la selyúcida y la fatimí.

En paralelo, las huestes europeas tuvieron que aprender a convivir y a luchar juntas. Debían entenderse en conjunto con un aliado que no les inspiraba demasiada confianza, el Imperio romano de Oriente, un apoyo imprescindible para acometer la empresa desde la perspectiva estratégica, de transporte y de suministros. Para complicar las cosas, el papado y la cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico, Enrique IV, dirimían por entonces a quién correspondía el derecho de nombrar obispos, jerarcas espirituales y a la vez temporales, con extensas jurisdicciones (o sea, propiedades) a su cargo.

Una aventura funesta

A las diferencias políticas y las filigranas diplomáticas se sumaba un lastre social que alarmó al papa. Urbano II había convocado la primera cruzada desde un concilio en la localidad francesa de Clermont. Tras esa llamada realizada para recuperar Tierra Santa, los desheredados de Europa se habían lanzado en masa hacia Oriente. La mayoría no tenía qué comer, sin mencionar su ineptitud para la lucha. Un presunto iluminado conocido como Pedro el Ermitaño había encendido con su prédica apocalíptica a estos cruzados espontáneos sin nada que perder. Los había ido congregando por suelo francés y germano hasta formar una horda de unos 20.000 desharrapados que ensombreció con rapiñas y matanzas su camino hacia Palestina.

Los peregrinos dificultaban los desplazamientos y la disciplina de las unidades bélicas.

Sobre todo pagaron sus excesos los judíos renanos y danubianos, víctimas del fanatismo, la ignorancia y el hambre que acarreaba consigo la miserable muchedumbre. Como era de prever, esta terminó aniquilada nada más pisar Asia y enfrentarse a efectivos profesionales en Nicea. Sin embargo, cuando la primera cruzada oficial llegó a aquellos confines poco después, los restos de este ejército desquiciado buscaron engrosar sus filas. Pretendían continuar con ellas el itinerario cercenado por el enemigo, además de procurarse seguridad y alimentos.

También incluía civiles una de las cuatro expediciones que se reunieron en Constantinopla para avanzar a Jerusalén tras la funesta aventura popular del Ermitaño. Los peregrinos, en este caso, iban desarmados y controlados por soldados, pero dificultaban los desplazamientos y la disciplina de las unidades bélicas. Aunque a regañadientes, se toleraron estas incorporaciones al aparato militar. Después de todo, la primera cruzada no era una campaña al uso, sino una guerra santa.

Se trataba de recobrar una región muy especial. Nicea, Tarso, Antioquía, Belén... La ruta a Jerusalén evocaba a cada paso los escenarios evangélicos y los fundacionales de la Iglesia católica. Al final del recorrido, si se conseguía llegar a él, esperaba nada menos que el nexo entre la tierra y los cielos. La ciudad santa de tres religiones. Para la cristiana, el espacio en el que había acontecido la resurrección del Mesías, base dogmática de su credo.

Pero la mentalidad medieval exaltaba aún más la relevancia de este enclave. Había una Jerusalén terrenal que se consideraba literalmente el centro del mundo. Superpuesta a esta importantísima capital visible se encontraba además la celestial, de murallas empedradas con gemas, plazas donde la arena era oro y custodiada por puertas rutilantes de zafiros. Algunas personas entendían estas descripciones bíblicas como símbolos y las menos letradas como riquezas reales. Todas, sin embargo, confiaban en el poder extraterrenal de la ciudad. Era el acceso por antonomasia a la otra vida, el lugar más sagrado de la Creación. La sola mención de la urbe disparaba la imaginación del hombre de la época hacia nociones tan sublimes que la existencia cotidiana quedaba reducida a una insignificancia.

Jerusalen había estado apartada desde hacía siglos de la órbita cristiana, salvo las peregrinaciones que se permitían a la ciudad dependiendo del momento.

Fue esta visión la que prendió en el vulgo que secundó a Pedro el Ermitaño, y también la que motivó a los caballeros que iniciaron poco más tarde la primera cruzada genuina. Cómo no apostar la vida por una meta semejante. Jerusalén lo valía. Aunque ella fue el destino último que inspiró el movimiento cruzado, también pesaron en la puesta en marcha de este ideal factores menos espirituales.

Imperio en apuros

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