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Dentro de los nombres que se escriben con grandes letras en el pensamiento cristiano está el de Agustín de Hipona, más conocido como San Agustín, considerado el pensador más importante desde la Antigüedad hasta bien entrada la Edad Media.
San Agustín es uno de los pesos pesados de la historia del pensamiento porque fue el primero que puso en contacto la filosofía griega con la dogmática cristiana, ambas piedras angulares de la civilización occidental.
Estas son las dos grandes ramas del pensamiento agustiniano. Por un lado, Dios, y por el otro, el alma. Dos grandes conceptos que fue capaz de enlazar con las enseñanzas de los neoplatónicos Plotino y Porfirio, hasta darle a sus teorías un enfoque nuevo, que seguirá vigente hasta el Medievo.
El platonismo tuvo un gran peso en las ideas de San Agustín, como demuestran algunas de las teorías del sabio de Hipona. Para él, al igual que para el ateniense, la totalidad de la existencia tiene un origen divino. Ambos se acogerán a la idea de la existencia de un “mundo de las ideas”, pero que San Agustín contemplará de un modo diferente: en relación con la creación divina. Dios creó todas las cosas que existen previamente en su espíritu y las ideas son los modelos pensados por Dios para dar forma a dichas cosas.
Otra variación del pensamiento platónico lo encontramos en la teoría del conocimiento de San Agustín. Para él, el descubrimiento de las llamadas “verdades eternas” es más un proceso de iluminación interior que una reminiscencia, tal y como defendía Platón. Para el griego el alma tiene en sí misma todas las verdades y por ello el hombre puede acceder a ese conocimiento innato. San Agustín defenderá algo parecido, pero en este caso ese conocimiento llega de Dios, al que podemos acceder a través del alma, la parte de la divinidad que habita en nuestro interior.