¿Hay pertenencia cultural en el ámbito educativo? Justifica tu respuesta.
Crees que la educación artística debe promover la pertinencia cultural.
Que manifiesta la Unesco de la fase de aprendizaje
Respuestas
Respuesta:
sip
Explicación:LA SANTA
Veintidós años después volví a ver a Margarito Duarte. Apareció de pronto en una de las
callecitas secretas del Trastévere, y me costó trabajo reconocerlo a primera vista por su
castellano difícil y su buen talante de romano antiguo. Tenía el cabello blanco y escaso, y
no le quedaban rastros de la conducta lúgubre y las ropas funerarias de letrado andino
con que había venido a Roma por primera vez, pero en el curso de la conversación fui
rescatándolo poco a poco de las perfidias de sus años y volví a verlo como era: sigiloso,
imprevisible, y de una tenacidad de picapedrero. Antes de la segunda taza de café en
uno de nuestros bares de otros tiempos, me atreví a hacerle la pregunta que me
carcomía por dentro.
— ¿Qué pasó con la santa?
— Ahí está la santa — me contestó—. Esperando.
Sólo el tenor Rafael Ribero Silva y yo podíamos entender la tremenda carga humana de
su respuesta. Conocíamos tanto su drama, que durante años pensé que Margarito Duarte
era el personaje en busca de autor que los novelistas esperamos durante toda una vida,
y si nunca dejé que me encontrara fue porque el final de su historia me parecía
inimaginable.
Había venido a Roma en aquella primavera radiante en que Pío XII padecía una crisis de
hipo que ni las buenas ni las malas artes de médicos y hechiceros habían logrado
remediar. Salía por primera vez de su escarpada aldea del Tolima, en los Andes colombianos, y se le notaba hasta en el modo de dormir. Se presentó una mañana en
nuestro consulado con la maleta de pino lustrado que por la forma y el tamaño parecía el
estuche de un violonchelo, y le planteó al cónsul el motivo sorprendente de su viaje. El
cónsul llamó entonces por teléfono al tenor Rafael Ribero Silva, su compatriota, para que
le consiguiera un cuarto en la pensión donde ambos vivíamos. Así lo conocí.
Margarito Duarte no había pasado de la escuela primaria, pero su vocación por las bellas
letras le había permitido una formación más amplia con la lectura apasionada de cuanto
material impreso encontraba a su alcance. A los dieciocho años, siendo el escribano del
municipio, se casó con una bella muchacha que murió poco después en el parto de la
primera hija. Ésta, más bella aún que la madre, murió de una fiebre esencial a los siete
años. Pero la verdadera historia de Margarito Duarte había empezado seis meses antes
de su llegada a Roma, cuando hubo que mudar el cementerio de su pueblo para construir
una represa.