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El Emperador Constantino dividió el Imperio Romano en dos: el Imperio Romano de Occidente, gobernado desde Roma, y el Imperio Romano de Oriente, cuya capital sería Constantinopla. Su idea era que hubiera dos emperadores, cada uno gobernando una mitad, y que ambos se controlasen mutuamente para que no incurriesen en determinados excesos. Realmente la idea fracasó, pero los dos imperios permanecieron divididos.
El Imperio Romano de Occidente se debilitó y progresivamente se fue desintegrando, ocupado por los bárbaros que fundaron reinos en su lugar, sobreviniendo de ese modo la Edad Media hacia el siglo cuarto. El de oriente, en cambio, persistió, siendo el que conocemos como Imperio Bizantino.
En el siglo VII hace su aparición el Imperio Islámico, que se expande de forma fulgurante por Asia y África del Norte hasta entrar en el Sur de Europa Occidental por la actual España. Los invasores trataron de llegar a Francia, pero allí fueron rechazados por el ejército de Carlos Martel.
Sin embargo, dada la debilidad de la Europa Medieval, posiblemente el Imperio Islámico habría podido avanzar desde el Mediterráneo Oriental y acabar conquistándola toda o en su mayor parte. Sin embargo, no pudieron hacer tal cosa, puesto que el Imperio Bizantino se interponía en su camino. De ahí que pueda decirse que fue el escudo de Europa. Hacia el siglo XIII, el Imperio Islámico estaba arruinado (persistían los territorios islámicos, pero ya no existía la unidad política del imperio), pero en el siglo XV surgió el Imperio Turco-Otomano, que definitivamente aplastó al imperio Bizantino y lo conquistó. Europa Occidental se hallaba mucho más fortalecida; sin embargo el Imperio Otomano no dejaba de ser un gran peligro. No sería hasta el siglo XVI que sufrirían una derrota en Europa, en pleno apogeo del Imperio Español, cuando la armada española derrotó a la armada turca en la batalla de Lepanto, provocando un duro revés a las ambiciones de los turcos. Seguirían intentado expandirse por Europa Central, llegando a sitiar Viena en el siglo XVII, pero con el tiempo acabarían por retroceder.
El Imperio Romano de Occidente se debilitó y progresivamente se fue desintegrando, ocupado por los bárbaros que fundaron reinos en su lugar, sobreviniendo de ese modo la Edad Media hacia el siglo cuarto. El de oriente, en cambio, persistió, siendo el que conocemos como Imperio Bizantino.
En el siglo VII hace su aparición el Imperio Islámico, que se expande de forma fulgurante por Asia y África del Norte hasta entrar en el Sur de Europa Occidental por la actual España. Los invasores trataron de llegar a Francia, pero allí fueron rechazados por el ejército de Carlos Martel.
Sin embargo, dada la debilidad de la Europa Medieval, posiblemente el Imperio Islámico habría podido avanzar desde el Mediterráneo Oriental y acabar conquistándola toda o en su mayor parte. Sin embargo, no pudieron hacer tal cosa, puesto que el Imperio Bizantino se interponía en su camino. De ahí que pueda decirse que fue el escudo de Europa. Hacia el siglo XIII, el Imperio Islámico estaba arruinado (persistían los territorios islámicos, pero ya no existía la unidad política del imperio), pero en el siglo XV surgió el Imperio Turco-Otomano, que definitivamente aplastó al imperio Bizantino y lo conquistó. Europa Occidental se hallaba mucho más fortalecida; sin embargo el Imperio Otomano no dejaba de ser un gran peligro. No sería hasta el siglo XVI que sufrirían una derrota en Europa, en pleno apogeo del Imperio Español, cuando la armada española derrotó a la armada turca en la batalla de Lepanto, provocando un duro revés a las ambiciones de los turcos. Seguirían intentado expandirse por Europa Central, llegando a sitiar Viena en el siglo XVII, pero con el tiempo acabarían por retroceder.
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