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Goya tuvo como maestros verdaderos a Velázquez (en la penetración psicológica de sus retratos y en el colorido de los cielos madrileños), a Rembrandt (en la espiritualidad y la técnica) y a su propia imaginación. A lo largo de su extensa carrera, el pintor va a tocar todo tipo de temas utilizando técnicas diferentes, aunque es un artista que no tiene una clara evolución técnica, como Velázquez, por ejemplo, sino que el avance en una obra puede desaparecer en la siguiente. Pero sí hay una clara evolución en el uso del color. Atendiendo a éste y a otra serie de parámetros que se exponen a continuación, dentro de la obra de Goya podemos distinguir dos etapas y un epílogo.
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La primera de ellas abarca desde 1771 hasta 1807, es la época de juventud y madurez, la de los triunfos profesionales, en la que predomina la visión optimista de la vida. Se inicia aquí como pintor de la Academia y Real, pintando a los miembros de la Corte y a los miembros más selectos de la nobleza española (retratos de “Carlos III”, del “Conde de Floridablanca”, de los “Duques de Osuna”, etc.), convirtiéndose en el retratista de moda de la sociedad madrileña. También pinta los cartones para la Real Fábrica de Tapices, tocando temas alegres, reflejo de la sociedad alegre y despreocupada de finales del siglo XVIII, captada a través de una paleta de colores amplia, viva. Es el momento del perfecto acabado de las superficies, del dibujo de trazo continuo. En el año 1792 enfermó gravemente y aunque superó la enfermedad, ésta le dejó como secuela una grave sordera que provocó que poco a poco se fuese aislando, metiendo en su mundo interno, dejando salir un nuevo Goya, escéptico, sarcástico, atormentado, cuyo carácter se va a ir agriando paulatinamente. Comienza a realizar la serie de grabados de “Los Caprichos” y sus retratos alcanzan la madurez (“Condesa de Chinchón”, “Duquesa de Alba”, “Familia de Carlos IV”, etc.) y comienza a experimentar con la gama de los grises.
La segunda etapa abarca los años 1808-24 aproximadamente. Son los años marcados por la sordera y la guerra, que provocan la desaparición del pintor jovial y vitalista y la “llegada” del nuevo Goya con su fantasía alucinante, es, en suma, la época del sufrimiento. La llegada al trono de España de José I y la Guerra de la Independencia, provocan la ruptura de su ya inestable equilibrio personal. Goya era un liberal, un admirador de la Revolución Francesa y sus conquistas sociales, que ahora observa como su admirada Francia, se impone a sus compatriotas por la brutalidad de las armas. Es el momento en que recorre los escenarios de las batallas y realiza los dibujos que le van a servir para realizar la serie de grabados “Los Desastres de la guerra”. También toma los apuntes sobre los dos cuadros que seis años más tarde realiza con el tema de la guerra, “La carga de los mamelucos” y “Los Fusilamientos de la Moncloa”, obras de gran carga política en las que vemos como la paleta se oscurece y la pincelada se hace densa, rápida, expresionista. A la vuelta de Fernando VII en 1814 se produce la restauración del Antiguo Régimen y el pintor, olvidado por la sociedad y el monarca, alquila una casa, la “Quinta del sordo”, lugar en el que en sus paredes realiza las “Pinturas Negras”, de temática dramática y sombría, fruto de su pesimismo, con una paleta oscura, en la que predomina el negro y con una pincelada densa, casi matérica, llegando a usar la espátula para aplicar la pasta, en la que el dibujo se ha roto, ya que es una pintura de manchas.
El epílogo llega en el año 1824, cuando desengañado, tras la nueva imposición del Antiguo Régimen, abandona España y se exilia voluntariamente en Burdeos donde fallece. En estos últimos momentos su paleta se aclara de nuevo con colores vivos y una temática vanal, alegre que podemos observar en su cuadro “La lechera de Burdeos”.
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