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El mejor retrato del modo de vivir y ser de los primeros cristianos, nos ha quedado reflejado en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2,42-47). Era un grupo de gente de toda clase, edad y condición del siglo 1º, quienes, a la muerte de su líder en Jerusalén, un tal Jesús de Nazaret, vivían en comunidad, no tenían nada propio, ayudaban a los más necesitados, huérfanos y viudas con los bienes de todos. Se reunían para rezar y comer juntos el domingo, recordando los dichos y hechos de su Maestro y Señor y eran gente de paz, bien vistos por todo el pueblo..Su número, creció de día en día. Como no había lugar para tantos, se reunían donde podían. No había pobres entre ellos y se llamaban “hermanos” entre sí. Amaban y obedecían de modo especial a Pedro y a los 11 testigos que vivieron 3 años con Jesús.
Llamaban la atención de los demás, por su modo de vivir, amándose, perdonándose y siendo buenos ciudadanos. No se distinguían de los demás por ningún signo externo. Desde un principio, sufrieron persecución por parte de las autoridades judías. Les acusaban de subversivos y sectarios, viéndose obligados a emigrar a otros sitios de gentiles y paganos. Sus distintivos: la oración, el testimonio de sus obras y palabras y el amor. Sin ansias de dinero, de fama o de placeres efímeros como el fin de sus vidas; sin apenas medios materiales llevaron la buena noticia del evangelio por todas partes con el solo medio del “boca a boca”. En Antioquia comenzaron a llamarse “cristianos” y con tal nombre se han conocido y significado por más de 20 siglos. Según estadísticas hoy, en todo el mundo suman millones, formando la comunidad cristiana de la Iglesia católica, presidida por el Papa actual. Se impone una seria reflexión: Los cristianos actuales tenemos la misma fe, el mismo bautismo, el mismo Señor y el mismo Padre, que los cristianos del siglo primero. ¿Qué nos falta y qué nos sobra para reconocernos los bautizados en Cristo, como cristianos, no de nombre sino de hecho?. A todos se nos impone, tras serio examen de conciencia, una conversión para parecernos más a nuestros hermanos del siglo I.