• Asignatura: Historia
  • Autor: vasquezmelany802
  • hace 1 año

Por qué debemos amar a todas las personas importar la raza​

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Respuesta dada por: duranvelasqueznely
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Respuesta:

En los últimos días de Su ministerio terrenal, Jesús dio a Sus discípulos lo que Él llamó “un mandamiento nuevo” (Juan 13:34). Ese mandamiento, que repitió tres veces, era sencillo pero difícil: “Que os améis los unos a los otros, como yo os he amado” (Juan 15:12; véase también el versículo 17). La enseñanza de amarse los unos a los otros había sido una enseñanza esencial del ministerio del Salvador. El segundo grande mandamiento era “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39). Jesús incluso enseñó: “Amad a vuestros enemigos” (Mateo 5:44). Pero el mandamiento de amar a los demás tal como Él había amado a Su rebaño fue para Sus discípulos —y lo es para nosotros— un desafío singular. “De hecho”, el abril pasado el presidente Thomas S. Monson nos enseñó, “el amor es la esencia misma del Evangelio, y Jesucristo es nuestro ejemplo. Su vida fue un legado de amor”1.

¿Por qué es tan difícil sentir amor cristiano los unos por los otros? Es difícil porque debemos vivir entre aquellos que no comparten nuestras creencias, valores y obligaciones de los convenios. En Su gran oración intercesora, que hizo poco antes de Su crucifixión, Jesús oró por Sus seguidores: “Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17:14). Después, suplicó al Padre: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (versículo 15).

Debemos vivir en el mundo pero no ser del mundo. Debemos vivir en el mundo porque, como Jesús enseñó en una parábola, Su reino es “semejante a la levadura”, cuya función es leudar toda la masa con su influencia (véase Lucas 13:21; Mateo 13:33; véase también 1 Corintios 5:6–8). Sus seguidores no pueden hacer eso si se relacionan sólo con personas que compartan sus creencias y prácticas. No obstante, el Salvador también enseñó que si lo amamos, guardaremos Sus mandamientos (véase Juan 14:15).

II.

El Evangelio tiene muchas enseñanzas en cuanto a guardar los mandamientos mientras vivimos entre personas que tienen diferentes creencias y prácticas. Las enseñanzas relacionadas con la contención son fundamentales. Cuando el Cristo resucitado encontró a los nefitas que disputaban acerca de la manera de bautizar, Él dio instrucciones claras en cuanto a cómo se debía efectuar esa ordenanza. Después enseñó este gran principio:

“…no habrá disputas entre vosotros, como hasta ahora ha habido; ni habrá disputas entre vosotros concernientes a los puntos de mi doctrina, como hasta aquí las ha habido.

“Porque en verdad, en verdad os digo que aquel que tiene el espíritu de contención no es mío, sino es del diablo, que es el padre de la contención, y él irrita los corazones de los hombres, para que contiendan con ira unos con otros.

“He aquí… mi doctrina es ésta, que se acaben tales cosas” (3 Nefi 11:28–30; cursiva agregada).

El Salvador no limitó Su advertencia contra la contención a aquellos que no estaban guardando el mandamiento del bautismo. Él prohibió la contención por parte de cualquier persona. Incluso aquellos que guardan los mandamientos no deben irritar los corazones de los hombres para que contiendan con ira. El “padre de la contención” es el diablo; el Salvador es el Príncipe de Paz.

De igual manera, la Biblia nos enseña que “los sabios apartan la ira” (Proverbios 29:8). Los apóstoles de los primeros días enseñaron que debemos “[seguir] lo que conduce a la paz” (Romanos 14:19) y “[hablar] la verdad en amor” (Efesios 4:15), “porque la ira del hombre no produce la justicia de Dios” (Santiago 1:20). En la revelación moderna, el Señor mandó que las buenas nuevas del Evangelio restaurado se debían declarar “cada hombre a su vecino, con mansedumbre y humildad” (D. y C. 38:41), “con toda humildad… no denigrando a los que denigran” (D. y C. 19:30).

III.

Aun al procurar ser humildes y evitar la contención, no debemos abandonar ni debilitar nuestro compromiso con las verdades que comprendemos. No debemos ceder en nuestra postura ni en nuestros valores. El evangelio de Jesucristo y los convenios que hemos hecho inevitablemente nos colocan como combatientes en la eterna batalla entre la verdad y el error. En esa batalla no hay un punto medio.

El Salvador mostró el camino cuando Sus adversarios lo confrontaron con la mujer que había “sido sorprendida en el acto mismo de adulterio” (Juan 8:4). Al sentirse avergonzados por su propia hipocresía, los que la acusaban se alejaron y dejaron solo a Jesús con la mujer. Él la trató con bondad al negarse a condenarla en ese momento, pero a la vez le indicó firmemente “no peques más” (Juan 8:11). Es necesario tener bondad amorosa, pero un seguidor de Cristo —al igual que el Maestro— será firme en la verdad.

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