• Asignatura: Filosofía
  • Autor: isaJ20
  • hace 2 años

¿Cómo entiende o define el trabajo Locke?

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Respuesta dada por: jordiariel132005
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Locke y el trabajo como fundamento de la propiedad

Ya desde las pri­me­ras pági­nas del Segun­do ensa­yo sobre el gobierno civil, Locke expli­ci­ta­rá las ideas fun­da­men­ta­les que sos­ten­drá a todo lo largo de la obra y que indu­da­ble­men­te carac­te­ri­za­rán no sólo a su pen­sa­mien­to sino tam­bién a buena parte del libe­ra­lis­mo polí­ti­co actual. Fiel a su esti­lo, pos­te­rior­men­te irá desa­rro­llan­do y jus­ti­fi­can­do estas pri­me­ras ideas que pre­ma­tu­ra­men­te nos mues­tra. Así, en el pri­mer capí­tu­lo nos dice que

“el poder polí­ti­co es el dere­cho de dic­tar leyes, inclui­da la pena de muer­te y, en con­se­cuen­cia, todas las penas meno­res nece­sa­rias para la regu­la­ción y pre­ser­va­ción de la pro­pie­dad, y el dere­cho de emplear la fuer­za de la comu­ni­dad en la eje­cu­ción de tales leyes y en la defen­sa del Esta­do ante ofen­sas extran­je­ras. Y todo ello exclu­si­va­men­te en pos del bien públi­co” (Locke, 2002: 8).

Pode­mos, enton­ces, des­pren­der rápi­da­men­te de lo que en pri­me­ra ins­tan­cia pare­ce ser una sim­ple defi­ni­ción del con­cep­to de poder polí­ti­co dos de las prin­ci­pa­les cues­tio­nes que habre­mos de tener pre­sen­tes para una lec­tu­ra ade­cua­da a nues­tros obje­ti­vos: pri­me­ro, el hecho de que apa­rez­ca la pre­ser­va­ción de la pro­pie­dad como fin del poder polí­ti­co; segun­do, la curio­sa rela­ción de seme­jan­za que podría des­pren­der­se entre el bien públi­co y la men­cio­na­da pre­ser­va­ción de la propiedad.

Ahora bien, más allá de su per­so­nal esti­lo lite­ra­rio, Locke irá pro­du­cien­do su desa­rro­llo con­cep­tual al modo de otros teó­ri­cos ius­na­tu­ra­lis­tas, es decir, par­tien­do de la con­tra­po­si­ción del esta­do de natu­ra­le­za con el esta­do pro­pia­men­te polí­ti­co. De tal mane­ra, des­pués de mar­car sus ideas fun­da­men­ta­les y acla­rar sus obje­ti­vos, comen­za­rá por carac­te­ri­zar tal con­tra­po­si­ción: así, el segun­do capí­tu­lo se refie­re al esta­do de natu­ra­le­za, que es visto como un esta­do de per­fec­ta liber­tad (ya que nadie le debe pedir per­mi­so a nadie para actuar) e igual­dad (ya que nadie tiene más que otro). Sin embar­go, a dife­ren­cia de otros teó­ri­cos -la dis­tan­cia con Hob­bes salta a la vista-, no lo mues­tra como un esta­do de licen­cia (donde todo esta­ría per­mi­ti­do), ya que aun allí exis­ti­ría una ley natu­ral que limi­ta­ría y regu­la­ría las rela­cio­nes entre los hom­bres. En efec­to, Locke se preo­cu­pa por sepa­rar el mero ejer­ci­cio del poder con el dere­cho a usar­lo, lo que se ve cla­ra­men­te en su defi­ni­ción del esta­do de gue­rra como “el ejer­ci­cio de la fuer­za sin dere­cho sobre una per­so­na” (Locke, 2002: 20). Así, del hecho de que no haya un juez común en el esta­do de natu­ra­le­za no podrá deri­var­se nece­sa­ria­men­te una gue­rra de todos con­tra todos[1].

A par­tir del esta­do de natu­ra­le­za, y más pre­ci­sa­men­te a tra­vés de lo que llama su «ley fun­da­men­tal», Locke va a desa­rro­llar una antro­po­lo­gía que podría verse al mismo tiem­po como una onto­lo­gía de la pro­pie­dad, ya que -como expondremos- será en base a esta noción que irá cons­ti­tu­yen­do los con­cep­tos más impor­tan­tes de su libe­ra­lis­mo polí­ti­co. La ley de la natu­ra­le­za es el supues­to más bási­co de Locke. Por supues­to, la remi­sión de Locke a Dios no sig­ni­fi­ca que su pen­sa­mien­to ten­drá un fun­da­men­to teo­ló­gi­co en el sen­ti­do estric­to del tér­mino (como sí sería el caso de su adver­sa­rio en el Pri­mer Tra­ta­do, Robert Fil­mer), pero sí indi­ca­ría, en tanto que arkhé, su punto de partida:

“…sien­do todos igua­les e inde­pen­dien­tes, nadie debe dañar a otro en su vida, salud, liber­tad o pose­sio­nes. Pues los hom­bres son todos obra de un Hace­dor omni­po­ten­te (…); en con­se­cuen­cia, son de Su pro­pie­dad y han sido hechos para durar lo que a El, y no a cual­quie­ra de ellos, le plaz­ca” (Locke, 2002: 11).

A par­tir del deber de pre­ser­var la pro­pie­dad divi­na, el ori­gen de los dere­chos a la pro­pia pre­ser­va­ción y a la liber­tad indi­vi­dual resul­ta­rá claro: uno se deri­va direc­ta­men­te de la máxi­ma ante­di­cha, el otro del dere­cho a la pro­pia pre­ser­va­ción (ya que ésta no podría estar garan­ti­za­da si yo no dis­pu­sie­ra libre­men­te de mí, es decir, si alguien pudie­ra dis­po­ner a su anto­jo de mi vida). Sin embar­go, el dere­cho de pro­pie­dad -que es el que aquí más nos interesa- surge de un juego algo más com­ple­jo, aun­que sin dejar de ser parte de esta onto­lo­gía: a decir ver­dad, exis­te una poli­se­mia en el con­cep­to de «pro­pie­dad», ya que “en un sen­ti­do amplio y gene­ral impli­ca ‘vida, liber­tad y hacien­da’, y en un sen­ti­do más res­trin­gi­do, bie­nes, el dere­cho a here­dar, y la capa­ci­dad de acu­mu­lar rique­za” (Var­gany,

Explicación:

gracias por los puntos xd

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