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Respuesta:Por: Laura Ilarraza @IlarrazaLaura
Josefina estaba preparando la comida de las jovencitas. Hace veinte años, cuando llegó al departamento, pensaba que eran artistas muy famosas a quienes les iba muy bien: todas delgadas, bonitas, siempre rodeadas de muchos hombres.
Con el tiempo supo que las traían de sus pueblos a la capital para obligarlas a acostarse con decenas de hombres a la semana a cambio de miles de pesos que ellas nunca veían.
Cuando los novios de su hermana menor y de tres de sus primas las cazaron, a ella también se la llevaron, pero como “no era bonita ni estaba buena”, solo la usaban para cocinar y hacer la limpieza.
Todas vivían encerradas y jamás salían solas. Su hermana y sus tres primas ya habían muerto. A la única sobrina que tuvo, los hombres que administraban el lugar terminaron haciéndole lo mismo siendo apenas una niña, y poco tiempo después también murió.
Así pasó dos décadas, siempre rodeada de mujeres sin sonrisa, en un departamento ubicado en el centro de la capital del que únicamente la dejaron salir cuatro veces sin escolta. Solo para comprar cosas que necesitara para hacer la comida.
Mientras hacía la sopa, Josefina pensó en la decena de adolescentes que habitaban ahora el departamento y en la dosis que compraba cada vez que había podido ir al supermercado sin ser vigilada. Nada más alcanzaba para dos personas, y esta vez por fin le tocaba a ella.
La primera vez lo hizo con su hermana y su prima más querida. La segunda, cinco años más tarde, le tocó a sus otras dos primas; en la tercera ocasión fueron su sobrina y una amiga. Hoy echaría el veneno para ratas en su sopa y dejaría en la mesa el otro plato.